QUE BUENOS RECUERDOS PARA LOS QUE VIVIMOS ESOS TIEMPOS EN CIUDAD DE
MÉXICO
LAS
PANADERÍAS
Las
panaderías del Centro Histórico son una gran tradición de la cultura
popular urbana. Aquí los bizcochos son los más sabrosos, hermosos,
aromáticos, espectacularmente cachondos. Y forman parte de la picardía
chilanga:
El
bizcocho en la mujer califica su sensualidad delineada por las curvas.
Pero, ¿por qué se asocia el bizcocho con la sensualidad de la mujer? Pues
porque son una delicia, un placer.
Antiguamente,
ir a comprar el pan al caer la noche era el pretexto perfecto para las
citas amorosas:
¿Güerita
a qué hora sales al pan? Y todo era cosa de que le dijeran al galán “a las
ocho”, porque ya estaba especulando qué bizcocho comerse: una “concha”, un
“beso”, una “novia”, una “chilindrina”, "una oreja" "un pambazo" "una
hojaldra" aunque podría correr el riesgo de que le dieran puro
“birote”.
Todo
esto comienza cuando Hernán Cortés llega a Tenochtitlan y viene entre sus
soldados un tal Juan Garduño, negro liberto, el cual encuentra entre las
cosas que cargaban unos granos de trigo.
Cortés
le ordena al legendario Juan el Panadero que los siembre y que muela los
granos de las espigas y haga pan.
Los
conquistadores españoles andaban ñangos, con una dieta de maíz, y añoraban
su dieta europea a base de trigo. Y qué mejor que el pan. Cortés siempre
fue gandallita, acaparó la producción del trigo, la venta, y
comercialización del pan durante unos siete años, hasta que en su juicio
de residencia le hicieron que soltara el monopolio. Fue cuando surgieron
los primeros vendedores de pan: los panaderos.
Y
aquí viene la confusión: la gente llama panaderos a los que hacen el pan
pero no, y lo dice con molestia el gran Williams, maestro de la panadería
La Vasconia: los que hacen el pan se llaman tahoneros. Panaderos son los
que venden el pan. ¡Zas!
Hacia
1870 surge la primer panadería en el Centro Histórico como la conocemos
actualmente, La Vasconia. Se encuentra en la esquina de Tacuba y Palma
Norte.
Como
observarán, la panadería va ligada a los migrantes españoles, quienes como
en los baños públicos, los hoteles, las tiendas de abarrotes y las
vinaterías, hicieron de estos negocios su modo de vida, y en muchas
familias han formado una tradición por generaciones.
Tradición
que se une a la picaresca de nuestra cultura popular urbana, esto se
refleja en los nombres de los bizcochos: ojos de pancha, piedras,
lechuzas, palomas, bigotes, calzones, campechanas, rejas, marías, huesos,
pellizcos, nombres que han dado motivo para hacer chistes.
Se
cuenta que una mujer con prisa llega a la panadería, por decir La Pilarica
o la del Camino o el Molino o la Palma o la Ideal, y ahí el típico
Venancio atiende el mostrador (han de saber que la panadería hasta
mediados del siglo XX se modernizó con eso del autoservicio, charolas,
tenazas y a escoger el pan, pero hubo una época en que la gente se paraba
en el mostrador e iba pidiendo el pan).
"Don
Venancio, me da por favor una concha, una campechana y unos calzones".
Pero la mujer al ver que salían los besos del horno, cambia de opinión y
dice, “Don Venancio, me quita los calzones y me da un beso..."
¡Chispas!
Y
no se asombre pues los nombres y formas de los bizcochos hacen una lista
de más de mil: genio de la inventiva del arte de la harina y el
huevo.
No
por nada, a pesar de la modernización y globalización, las panaderías
existen y de manera espectacular. Basta ver las fachadas de algunas
panaderías del Centro Histórico, como la de El Molino, y entonces se
quedará con el ojo cuadrado.
Las
panaderías arrojan tanta luz desde sus escaparates que son un oasis en la
vida nocturna de la ciudad. Y las calles cobran vida ante la cantidad de
clientes que van por su pan para la cena, y no sólo los habitantes sino
también los extranjeros, a quienes llama mucho la atención estos panes tan
sabrosos.
O
díganme a quién no se le antoja una concha para rellenarla con la nata de
la leche, u hojaldra con cajeta, o una simple una corbata sopeada en un
vaso con leche, o una reja en una taza de chocolate, o una dona de
chocolate; eso sí, pocos valientes aceptan que les gustan “los cuernos”,
se hacen de la boca chiquita…
Ir
a la panadería en el Centro Histórico es una tradición y un placer de
sibarita, además de un ejercicio de la picardía, así es que a un bizcocho
nunca se le niega una mordida, digo qué tanto es tantitito.
|