DR. WOLF LUIS MOCHAN
BACKAL
CENTRO DE CIENCIAS
FISICAS
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTONOMA DE
MEXICO
Presente
Me
estoy permitiendo hacerle llegar el artículo escrito por nuestro consejero, Dr.
Luis F. Rodríguez, titulado “Las otras Olimpiadas”, publicado el
día de hoy, en la sección Opinión
del periódico La
Crónica de Hoy.
Aprovecho la ocasión para enviarle un cordial saludo.
Atentamente,
Luz Elena Cabrera Cuarón
Secretaria Ejecutiva Adjunta
Consejo Consultivo de
Ciencias de la
Presidencia de la República (CCC)
San Francisco No. 1626-305
Col. Del Valle
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Por: Luis F. Rodríguez |
Opinión
Miércoles
20 de Agosto de 2008 | Hora de publicación: 02:38
Las otras Olimpiadas
Ahora que buena
parte de la población del mundo sigue atentamente los eventos de las Olimpiadas
deportivas de verano, es interesante recordar que existen otras Olimpiadas,
enfocadas ya no al músculo, sino a la mente. Me refiero a las Olimpiadas de las
ciencias, que se celebran en distintas disciplinas como las matemáticas, la
física, y la química.
Así como se le ocurrió al barón de Coubertin a fines del siglo XIX el iniciar
unos juegos que reunieran cada 4 años a la juventud del mundo, la historia de
las Olimpiadas Internacionales de las ciencias se remonta a 1959, cuando un
grupo de matemáticos rumanos organizó en Bucarest la primera Olimpiada
Internacional de Matemáticas, con la asistencia de tan solo
siete países. La participación de los países fue creciendo con el tiempo y la Olimpiada Internacional
de Matemáticas más reciente, celebrada hace unas semanas en Madrid, contó ya
con la asistencia de 99 países. Ante el éxito de estas Olimpiadas, otras áreas
de las ciencias fueron organizando sus propias versiones. En 1967 se organizó la Primera Olimpiada
Internacional de Física y en la actualidad las hay en 12
áreas científicas distintas. Estas Olimpiadas se celebran anualmente (a
diferencia de las deportivas, que son cada cuatro), y sólo pueden participar en
ellas estudiantes de preparatoria. En la mayoría de las áreas se pide que los
participantes sean menores de 20 años.
Los jóvenes participantes se seleccionan primero a nivel municipal, luego
estatal y finalmente nacional, para formar un grupo de aproximadamente media
docena de estudiantes por país, dependiendo de la disciplina. Como
en las Olimpiadas deportivas, en las de la ciencia la competencia es feroz. La
evaluación de los participantes se hace mediante su desempeño en la resolución
de difíciles problemas y prácticas de laboratorio, todo contra reloj. Los
mejores estudiantes reciben medallas de oro, plata y bronce, así como menciones
honoríficas.
El propósito fundamental de las Olimpiadas Internacionales de las Ciencias es
el motivar a los estudiantes de preparatoria más brillantes del mundo a
continuar una carrera en las ciencias, al constatar que otros jóvenes
inteligentes como ellos comparten sus intereses y que la comunidad científica
internacional considera estas actividades como relevantes. O sea, que en estas
Olimpiadas los jóvenes ven que no están solos en sus ambiciones profesionales y
que habrá otros jóvenes con quienes colaborar y convivir.
Pero, así como los resultados de las Olimpiadas deportivas se han convertido en
una especie de termómetro de la “calidad” de un país, las
Olimpiadas de la ciencia se han transformado en una instancia en la que, sin
que se maneje de manera oficial, de cierto modo se comparan los sistemas
educativos de los países participantes. Uno quisiera que en ambas Olimpiadas
“lo importante no fuese ganar, sino competir”, pero las cosas no
son así. Esta interpretación de las Olimpiadas, tanto las deportivas como las
de ciencia, como indicadores del éxito y de la capacidad de organización de un
país han llevado a situaciones en las que obviamente lo importante no es
competir, sino ganar.
En la visión original del barón de Coubertin, la aspiración era que muchas
personas comunes y corrientes, con una profesión y vida familiar normales,
ocuparan unas horas al día para practicar algún deporte. De estas personas,
competirían y ganarían las más dotadas. Pero como sabemos todos, esta visión
del olímpico “aficionado” (que no recibía apoyo económico de
instituciones y que se ganaba la vida en un trabajo normal, como cualquier
fulano) fue desapareciendo hasta dar lugar a los deportistas
superespecializados y descaradamente profesionales de las Olimpiadas de hoy. Es
difícil decidir si esto es bueno o es malo. A mí me parece malo, pero es
innegable que las marcas y desempeños increíbles que se obtienen hoy no serían
alcanzables con atletas auténticamente “aficionados”. Como dijimos
anteriormente, en esta creciente profesionalización contó mucho el que, se
quiera o no, el éxito de un país en las Olimpiadas se toma como un indicador de
su éxito en todos los sentidos (por ejemplo, como sistema político que
satisface mejor las aspiraciones de su pueblo).
En el fondo, yo creo que la verdadera justificación de ambos tipos de
Olimpiadas es hacer llegar al gran público el mensaje de que éstas son
actividades positivas para el ser humano, aun cuando se practiquen y dominen
sólo a niveles modestos. Para el 99.9999% de la población es mucho más
importante (y alcanzable) lograr que por razones de salud caminemos media hora
diaria, a que rompamos la marca mundial de salto de garrocha. De igual manera,
las Olimpiadas de la ciencia sirven para recordarnos que la ciencia es uno de
los grandes logros intelectuales de la humanidad y que debemos al menos de estar
informados sobre ella para tomar mejores decisiones en la vida diaria. No hace
falta que toda la población humana pueda resolver los complejos problemas de
las Olimpiadas de las ciencias, pero sí que estemos convencidos de que la
ciencia es una actividad útil y positiva.
México participa en ambos tipos de Olimpiadas. Nos duele aceptarlo, pero los
resultados a través de los años han sido más bien modestos. Claro, ha habido
gloriosas excepciones en las que un mexicano o mexicana ha obtenido los mayores
lauros. Pero uno de cada 60 habitantes de la Tierra es mexicano y quisiéramos que, más o
menos, una de cada 60 medallas fuera para un mexicano, pero estamos muy por
debajo de esto. Por ejemplo, en las Olimpiadas deportivas de verano del 2004
celebradas en Atenas, se otorgaron 929 medallas en total. Si tuviéramos un
desempeño promedio, esperaríamos alrededor de 15 medallas, pero obtuvimos sólo
4.
Las razones de nuestro desempeño modesto en ambos tipos de Olimpiada (y en
general en cualquier tipo de evento internacional) son complejas y en realidad
yo creo que nadie las conoce de manera precisa. Seguramente importan factores
como nuestro deficiente sistema educativo, la falta de organización que a veces
se da en los cuerpos directivos, y el hecho que a los mexicanos no nos gusta
aceptar que las cosas importantes sólo se alcanzan con un esfuerzo sostenido, a
través de muchos años. Tampoco estamos acostumbrados a trabajar en equipo, a
que un grupo de personas se sacrifique y apoye a una sola, sin que compartan los
reflectores.
Sea por lo que sea, a todos nos gustaría que esta situación mejorara y
pudiéramos ver más medallas para México, en ambos tipos de Olimpiada.
*Investigador del Centro de Radioastronomía y Astrofísica de la UNAM
*Miembro de El Colegio Nacional y del Consejo Consultivo de Ciencias de la Presidencia de la República (CCC)
consejo_consultivo_de_ciencias@ccc.gob.mx