CCC.-Artículo del Dr. Adolfo Martínez Palomo



Me estoy permitiendo hacerle llegar el artículo escrito por el Dr. Adolfo Martínez Palomo, Coordinador General del CCC, titulado “El ABC sobre la influenza porcina”, publicado el día de hoy en la sección Opinión del periódico La Crónica de Hoy.

 

 

Adolfo Martínez Palomo | Opinión

Miércoles 29 de Abril, 2009 | Hora de modificación: 02:41

El ABC sobre la influenza porcina

La Autoridad Internacional. La Organización Mundial de la Salud (OMS), con sede en Ginebra, es la institución que dirige y coordina la salud de los Estados miembro de las Naciones Unidas. Es la autoridad internacional líder en asuntos de salud, encargada de proporcionar apoyo técnico a los países, así como de vigilar y evaluar las condiciones de salud global. La directora general de la OMS declaró el viernes 25 de abril que el presente brote de influenza porcina constituye una “Emergencia de Salud Pública de Importancia Internacional”. Tres días después, la misma directora aumentó el nivel de alerta de fase 3 a fase 4, tomando en cuenta la posibilidad del desarrollo de una pandemia. De acuerdo a lo que ocurra en los siguientes días, la alerta puede descender a fase 3 o incrementarse a fases 5 o 6. La decisión se basó en la evidencia de la transmisión de humano a humano y la capacidad del virus de producir brotes en comunidades. Al mismo tiempo, reiteró mantener abiertas las fronteras de los países afectados (México, EU y Canadá) y no restringir los viajes internacionales. Por otro lado, el Centro de Control y Prevención de Enfermedades (CDC), con sede en Atlanta, es parte del Departamento de Salud y Servicios Humanos de los Estados Unidos. Supervisa las acciones de salud pública del país y, además, a solicitud de otros países, contribuye a la investigación, promoción, y prevención de la salud global. Buena parte de los científicos y las tecnologías de punta para estudiar las causas de nuevos padecimientos infecciosos se encuentran en ese centro. Su colaboración es esencial en toda epidemia y, sobre todo, cuando son causadas por nuevos agentes infecciosos.

Virus. Los nuevos subtipos de influenza, de los que ya se han descrito más de media docena, surgen en humanos a través de la transmisión directa de un virus de influenza animal a humanos, o a través de un rearreglo de genes derivados tanto de un virus animal como de un virus humano. La gran pandemia de influenza de 1918, al parecer, se originó por la adaptación al humano de un virus de influenza de aves. Las pandemias de influenza de 1957 y 1968 fueron resultado del rearreglo genético entre virus de influenza humanos y virus aviarios. En 1976 en Fort Dix, Nueva Jersey, un virus de influenza de origen porcino causó enfermedad respiratoria severa en 13 soldados norteamericanos, incluyendo una muerte. Posteriormente se han identificado otros casos de infección en humanos con virus de influenza porcina en forma esporádica, incluyendo 5 casos de infección humana con un virus que contenía genes de influenza humana, porcina y aviar en Estados Unidos en 2007. El diagnóstico de influenza por virus de origen animal requiere laboratorios especializados, ya que no pueden ser detectados por los métodos habituales para el estudio de la influenza humana. Para ello se requiere una de tres pruebas: (I) analizar el ácido ribonucleico (RNA) del virus en muestras de pacientes mediante la reacción de polimerasa en cadena (PCR); (II) cultivar el virus o (III) determinar un aumento significativo de anticuerpos específicos contra el virus en cuestión. Históricamente, el sitio en donde el “rearreglo” de virus de influenza humanos, porcinos y aviarios ha ocurrido es el sudeste asiático, llamado el “epicentro de la influenza”, debido a que en esa región las personas, los cerdos y las aves conviven en estrecho contacto. Sin embargo, el rearreglo de virus en cerdos puede ocurrir en cualquier sitio del mundo, tal como se ha demostrado en cerdos en Europa y en Estados Unidos.

El Concepto. El nombre de influenza deriva, como es de suponer, del término influencia, utilizado desde la Edad Media en Italia, debido a que se pensaba que las grandes epidemias de la “enfermedad del sudor” eran debidas a la influencia desfavorable de los astros. Más tarde pasó a ser llamada la “influencia di freddo”, por la supuesta participación del frío. Por ello, los deslices de políticos y presentadores de los medios al hablar de la epidemia actual de “influencia” tienen cierta justificación histórica.

La Infección. Como ocurre con la mayoría de las infecciones virales, síntomas que son atribuidos a la influenza porcina, pueden en realidad ser causados por el virus de la influenza estacional. Es posible que muchos casos verdaderos de influenza porcina lleguen a pasar desapercibidos, ocasionar molestias pasajeras, mientras que otros, por supuesto, llegan a ser mortales. Es posible que la mayoría de la población, especialmente los que no tienen contacto habitual con cerdos, no posean inmunidad contra virus de la influenza porcina que pudieran prevenir o atenuar la infección. En vista de que el virus presente estableció un mecanismo eficiente de transmisión de humano a humano, tiene el potencial de producir una influenza pandémica, cuyo impacto dependería de factores tales como la virulencia del virus, el grado de inmunidad presente en las personas, la protección cruzada que pudiera ofrecer la vacuna de la influenza estacional y una variedad de factores del huésped, como la edad y estado general de salud de las personas. Tal vez la incógnita mayor relacionada a la presente epidemia es saber por qué el virus de la influenza porcina en México ha producido muertes en pacientes y el mismo virus no lo ha hecho en los Estados Unidos, ni en Canadá.

Los Medicamentos. El virus de la influenza emplea una enzima (neuraminidasa) para eliminar la barrera de moco que recubre las superficies del aparato respiratorio y así fijarse a la superficie de las células de los pacientes y multiplicarse en su interior. Dos medicamentos (oseltamivir y el zanamivir) impiden la formación de la neuraminidasa y por ello los virus no pueden fijarse a las células, con lo que se impide la infección. El virus de la influenza porcina es sensible a ambos medicamentos y su uso atenúa los efectos de la infección y puede prevenir complicaciones serias, siempre y cuando se empleen durante las primeras 48 horas de iniciada la enfermedad. Además, pueden ser de utilidad para prevenir la infección en personas que no tienen la infección, pero están expuestas a enfermos de influenza porcina. Los antivirales deben emplearse bajo supervisión médica para evitar, en lo posible, la aparición de resistencia del virus al medicamento, resistencia que ya ocurre globalmente en algunos casos de influenza estacional.

La Prevención. No existe en la actualidad vacuna para el virus de influenza porcina y se desconoce si la vacuna actual contra la influenza estacional proporciona cierta protección. El riesgo de contraer la influenza porcina sólo puede ser reducido mediante un conjunto de acciones; ninguna de ellas por sí sola garantiza protección completa. Tal como se ha repetido insistentemente en los medios, las acciones incluyen el lavado frecuente de las manos, el cubrirse la boca cuando se tose, minimizar el contacto con personas enfermas o sospechosas de haber contraído la infección, así como evitar asistir a sitios cerrados en los que haya aglomeración de personas. Los tapabocas y el lavado frecuente de las manos deben emplearse como una más de las medidas preventivas, no como las únicas o como las más eficaces. El término “tapabocas” se presta a confusión, ya que muchas personas lo usan para cubrirse solamente la boca, cuando deben cubrir por igual la nariz y la boca. En parte, las mascarillas son de mayor utilidad, porque difícilmente las personas las usan para cubrirse solamente la boca.

La epidemia actual plantea interrogantes de gran importancia para las cuales no hay, por el momento, respuestas. Éstas irán disipándose conforme la investigación epidemiológica, clínica y de laboratorio avance con la rapidez que la gravedad de la infección exige.

*Coordinador General del Consejo Consultivo de Ciencias de la Presidencia de la República (CCC). Ha sido consultor sobre enfermedades infecciosas del CDC y de la OMS.

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