DR.
WOLF LUIS MOCHAN BACKAL INSTITUTO
DE CIENCIAS FISICAS UNIVERSIDAD
NACIONAL AUTONOMA DE MEXICO Presente Adjunto
al presente mensaje me permito hacerle el artículo escrito por el consejero Dr.
Baltasar Mena, titulado, “Vicisitudes de un reólogo en México”,
publicado el día de hoy en la sección Opinión del periódico La Crónica de Hoy. Aprovecho
la ocasión para mandarle un cordial saludo. Atentamente, Dr.
Rigoberto Aranda Reyes Secretario
Ejecutivo Adjunto Consejo
Consultivo de Ciencias de la Presidencia
de la República San
Francisco No. 1626-305 Col.
Del Valle Delegación
Benito Juárez 03100
México, D.F. Teléfonos (52
55) 5524-4558, 5524-9009 y 5534-2112 Vicisitudes de un reólogo
en México Recuerdo que a mi regreso a México, una vez concluidos
mis estudios doctorales y las estancias posdoctorales en el extranjero, durante
la entrevista de contratación al entonces Centro de Materiales de la UNAM, uno
de los integrantes del consejo interno (un investigador con nombre de
detergente que, por cierto, unos años más tarde se hizo director de dicho
centro y enemigo acérrimo), me preguntó: “¿A mí para qué me sirve la
reología?”. No lo sé, respondí; quizá para tratar de incrementar el flujo
de amabilidad y buen humor en su forma de ser (aunque realmente pensé:
posiblemente le sirva para lo mismo que le sirve el cerebro… para nada).
Años más tarde, cuando organicé el IX Congreso Internacional de Reología en
Acapulco en 1984, el secretario de Gobierno de Guerrero, durante una
entrevista, me dijo: “Es muy importante la reología para nuestro estado y
en particular para su capital, Chilpancingo, pues tenemos muchos problemas con
los reos que escapan de la cárcel”. —No se preocupe, licenciado, haremos todo lo
posible por resolver el problema, le respondí. De igual manera, el coordinador de la Investigación
Científica de la UNAM, en cierta ocasión, me concedió el permiso oficial, el
pasaje aéreo y los viáticos para asistir al Congreso Internacional de Teología,
por lo cual le di las gracias a Dios. A partir de ese momento y hasta la fecha
he librado una constante lucha para dar a conocer la reología en el ámbito
científico, educativo y tecnológico del país. Tomó más de treinta años, la
formación de muchos alumnos de posgrado, la impartición de un centenar de
materias y bastante paciencia, pero actualmente es una disciplina relativamente
reconocida en nuestro país. No obstante lo anterior, cuando me preguntan a qué
me dedico en la vida, aún me cuesta trabajo responder “soy
reólogo”; prefiero contestar: “soy músico rocaronlero y profesor
universitario”, esto da mucho mejor resultado. Claro que para obtener fondos de investigación para hacer
reología he tenido que disfrazar los proyectos diciendo que eran del tema que
estuviera de moda: energía solar, hidráulica, transferencia de calor, flujo
granular, recuperación de petróleo, medios porosos, etcétera. Aún así, realmente
no me puedo quejar, pues he logrado triunfos más allá de lo esperado y, sobre
todo, cierto reconocimiento a nivel internacional, que al fin y al cabo, es lo
que más cuenta para un científico. Sin embargo, han sido las incursiones
tecnológicas las que me han hecho acreedor a premios y reconocimientos en
México, es decir, la ingeniería como disciplina: la invención de un silo solar
hexagonal para almacenamiento de granos alimenticios, una boquilla oscilante
para extrusión de polímeros y materiales compuestos, el uso de transporte
lubricado en tuberías que conducen petróleo pesado y recientemente mi
participación en un sistema de construcción de viviendas prefabricadas
dirigidas a gente de bajos recursos. En resumen, ha sido la formación de
ingeniero y no de científico la que ha dado mejor resultado. Claro que debo confesar que de mis contribuciones
prácticas, aunque algunas relativamente ingeniosas, ninguna ha sido adoptada
por la industria o por el país de manera comercial; esto sería pedir demasiado.
Han permanecido en el anonimato, es decir, no han servido para nada.
Indudablemente, hubiera cambiado todo por haber triunfado como músico
rocanrolero, algo parecido a los Beatles o, mejor aún, a los Rolling Stones;
traté, sigo tratando, pero después de más de medio siglo de fallidos intentos
empiezo a pensar que no lo lograré jamás. Los párrafos anteriores formaron parte de mi discurso de
admisión como académico correspondiente en la Real Academia de Ingeniería,
llevado a cabo en la sede de la misma en Madrid el 8 de junio de 2010. Los
siguientes párrafos no pertenecen a esa charla, sino que son manifestaciones
puramente personales. Es curioso que en México, al igual que en muchos otros
países con un número sumamente bajo de investigadores con doctorado (uno por
cada 10 mil habitantes), se tenga la tendencia a globalizar las ciencias y
apilarlas en una sola academia, o a valorarlas por un solo comité; un claro
ejemplo es el S.N.I. donde físicos juzgan a matemáticos, electrónicos a
industriales, civiles a mecánicos y cualquiera de los anteriores a los
reólogos; mientras tanto, la tecnología, aunque se menciona y se incluye en
consejos y secretarías gubernamentales, realmente no existe ni ha existido
jamás; la industria nacional nunca ha invertido en tecnología propia ni en el
desarrollo de la misma; tan sólo la importa del extranjero. Esto nos convierte
en un país básicamente maquilador donde los pocos científicos están
concentrados en centros educativos y en universidades, cuyos sistemas de
contratación no contemplan la generación de empleos para nuevos doctores
generados por dicho sistema; es decir, los nuevos doctores no tienen
posibilidad de encontrar empleo. Pero la verdadera joya de nuestro sistema es lo que hemos
logrado hacer con la educación superior; tomemos como ejemplo a la UNAM: hace
50 años en Ciudad Universitaria habíamos unos 25 mil estudiantes en total; un
gran porcentaje provenía de las escuelas particulares incorporadas y algunos de
las preparatorias del sistema universitario; también había estudiantes de
provincia y unos cuantos extranjeros. Los autobuses tenían su terminal en C.U.
y circulaban gratuitamente por el circuito universitario sin atropellar a
demasiada gente. Era posible, inclusive, nadar en la piscina olímpica o
utilizar las canchas deportivas. Nos podíamos sentar en las islas y charlar, no
había consumo de drogas y lo único molesto de la explanada de C.U. era la
estatua de Alemán, cuya cabeza fue posteriormente dinamitada en alguna protesta
estudiantil. En la actualidad, los estudiantes emergen del Metro por
millares, como roedores por las alcantarillas; los alumnos de escuelas
incorporadas han desaparecido y han sido sustituidos por egresados de las
Prepas y de los CCH. El ingreso, que anteriormente era por promedio, ahora es
automático para las escuelas del sistema universitario y mediante un examen de
admisión para los pocos lugares que hayan dejado libres las masas ceceacheras y
preparatorianas. Ahora son más de 150 mil estudiantes tan sólo en el campus de
Ciudad Universitaria y un total que sobrepasa los 350 mil en toda la UNAM.
Claro que se debe aclarar que de los estudiantes que cursan la licenciatura,
solamente un tercio de ellos la terminan. Por si esto no fuera suficiente, el
posgrado universitario produce menos de cincuenta doctores al año, es decir,
aproximadamente uno por cada diez mil estudiantes. La plantilla de profesores e
investigadores tiene un promedio de edades que sobrepasa los 55 años, no hay
contrataciones ni es posible jubilarse con dignidad. Las becas al extranjero
han desaparecido prácticamente; los fondos de investigación son cada día más
escuálidos y competidos (cada año desde hace más de 40 se ha tratado de que se
invierta el 1% del PIB en investigación y pasarán otros tantos sin que esto
suceda). Es claro que al país no le interesa la ciencia y le agradaría tener
tecnología siempre y cuando esta última fuera por generación espontánea. Pero no todo es negativo, estamos ganándole la guerra al
narcotráfico, nuestros senadores y diputados están trabajando por el progreso
del país (según nos dice la radio cada diez minutos), nuestros jugadores de
futbol hacen sándwiches en lugar de goles, el crimen va en descenso al igual
que el desempleo, el petróleo se administra mejor cada día, la pobreza
disminuye (ya sólo tenemos un 40% del país en estas condiciones, igual que en
1950), tenemos al hombre más rico del mundo, compramos más Ferraris que toda
Latinoamérica junta y consumimos más camisetas verdes en dos semanas de mundial
que los ocho finalistas juntos en los últimos diez campeonatos. No entiendo por
qué nos quejamos. consejo_consultivo_de_ciencias@xxxxxxxxxx |