DR.
WOLF LUIS MOCHAN BACKAL INSTITUTO
DE CIENCIAS FISICAS UNIVERSIDAD
NACIONAL AUTONOMA DE MEXICO Presente Adjunto
al presente mensaje me permito hacerle llegar el artículo escrito por la
consejera Dra. Juliana González Valenzuela, titulado, “Bioética
laica: la reacción conservadora”, publicado el día de hoy en la
sección Opinión del periódico La Crónica de Hoy. Aprovecho
la ocasión para mandarle un cordial saludo. Atentamente, Dr.
Rigoberto Aranda Reyes Secretario
Ejecutivo Adjunto Consejo
Consultivo de Ciencias de la Presidencia
de la República San
Francisco No. 1626-305 Col.
Del Valle Delegación
Benito Juárez 03100
México, D.F. Teléfonos (52
55) 5524-4558, 5524-9009 y 5534-2112 Juliana González Valenzuela
| Opinión 2011-08-31 | Bioética laica: la reacción
conservadora A la nueva comprensión biológica del ser humano que
revisamos la semana anterior (como hombre natural, hombre genético, hombre
neuronal), sobreviene –como era previsible– una fuerte reacción,
en defensa de los fundamentos y los valores tradicionales, ante todo de sus
bases y concepciones religiosas. Se ha dado así el surgimiento y la expansión de una
bioética conservadora y confesional, la cual se funda, por un lado, en la idea
de una verdad revelada y su moral inmutable, así como en los dogmas de fe y la
autoridad eclesiástica. Esto da lugar, a su vez, a una comprensible -y
lamentable- confrontación entre la bioética conservadora y los avances y
cambios generados, día a día, por las ciencias de la vida y sus poderes
biotecnológicos; oposición que se expresa ante todo en el afán de detener,
prohibir o, al menos, postergar o dar moratorias a la investigación y al progreso
del conocimiento científico. Se origina, por tanto, el enfrentamiento entre
“bioética” y “ciencia”, que se expande en varias
latitudes, reavivando el fantasma del oscurantismo y la lucha entre ciencia y
religión. Paralelamente, sin embargo, se despliegan también las
concepciones estrictamente laicas de la bioética filosófica, que buscan
salvaguardar principios, normas y valores éticos, desde una perspectiva
racional y a la vez empírica, autónoma y realista, conciliada con los grandes
hallazgos de las ciencias de la vida y sus posibilidades biotecnológicas. Destacan en este sentido dos principales trayectorias
filosóficas de la bioética laica; una, que ha sido decisiva para la
consolidación de la bioética en su esencial laicidad, y que discurre por los caminos
de la ética liberal, así como del utilitarismo, el pragmatismo, la analítica,
principalmente (cercana a la tradición filosófica anglosajona, aunque también a
algunos desarrollos de la posmodernidad). Otra, la vertiente laica de la
bioética, que discurre más bien por los caminos de la fenomenología y la
dialéctica, de la ontología existencial, del vitalismo, la teoría crítica y
hermenéutica, el humanismo filosófico, principalmente, recorridos ante todo en
la tradición europea (“continental”). Lo más significativo es que el signo de laicidad que
define a las distintas búsquedas de la bioética laica es que todas ellas
responden al gran giro histórico hacia la inmanencia, hacia la naturaleza y la
realidad espacio-temporal, hacia la autonomía de lo humano y lo vital, respecto
a la metafísica tradicional, sus dualismos y su trascendencia. Giro que se
viene dando ya desde el Renacimiento, y se acentúa de manera radical en el
siglo XX y esta primera década del XXI. Pero, además, si algo caracteriza el nacimiento de la
filosofía como tal, y en especial el de la ética, en la Grecia Clásica es
justamente el giro o viraje hacia la Naturaleza (“la physis” de la
Physis), incluso hacia la interioridad del hombre, que representa el modelo de
Sócrates. El “estar despiertos” ante “este mundo, uno y el
mismo para todos” –del que habla Heráclito–. Es oportuno recordar hoy que en su origen histórico la
ética es incomprensible sin su inherente laicidad, que quiere decir su
autonomía y autarquía, sin reconocer en el hombre mismo, en su conciencia y su
razón, el origen y fundamento del valor, esto es, del bien y el mal, de la
justicia y la injusticia, así como del sentido mismo de la vida humana. Las
fuentes de la ética no están en el ámbito de los dioses, sino en el interior
psíquico de los seres humanos. Y éste es ciertamente el “humanismo”
en su sentido primigenio y radical. Es verdad que después de Sócrates, no por razones
religiosas, sino, paradójicamente, por “razones de la razón”, es la
propia filosofía la que genera la concepción dualista, principalmente en
Platón; misma que Aristóteles, a pesar de sus esfuerzos por recuperar la
unidad, consolida con la división entre substancia y accidente, y con el
desenlace onto-teo-lógico de su metafísica. Concepción que, en los siglos
posteriores, se habrá de fusionar, durante el Medioevo, con la tradición
religiosa judeocristiana. Y es, precisamente, esta amalgama de metafísica y
religión la que, con todos los avatares de la modernidad occidental, y con sus
propias adaptaciones, habrá de pervivir hasta el presente. Y es justamente tal
fusión la que, en la actualidad, se encuentra históricamente amenazada por las
revolucionarias verdades de las ciencias, aunadas a las decisivas críticas y
renovaciones de la filosofía (algunas expresamente anti-metafísica), desde
Kant. Pues en realidad, ese decisivo vuelco histórico que va de
lo trascendente a lo inmanente, del “gancho” celestial del misterio
y el milagro, a la “grúa” que escava en la sólida masa de la
materia y la “naturaleza” –según la imagen metafórica de
Dennet–, ese giro revolucionario que “invierte la tabla de
valores” en términos de Nietzsche, se produce en todos los ámbitos de la
historia moderna y contemporánea. También en la filosofía y en las ciencias humanas
y sociales, en la política, obviamente, y en todas las artes y, en general, en
toda la cultura de nuestros siglos. Y es en este contexto donde, tratándose del orden
político en particular, donde se produce, junto con el progreso hacia la
democracia, la separación de las Iglesias y el Estado fundándose el valor
irrenunciable de la laicidad, la cual no es sino otra modalidad de ese
movimiento histórico hacia la inmanencia, hacia “la Tierra”. Dentro de este amplio marco histórico-cultural surge
por lo tanto la necesidad de una Bioética laica, acorde con los tiempos, basada
en una ética rigurosamente filosófica, racional, objetiva, plural, democrática,
que incorpore críticamente los nuevos conocimientos y capacidades de las
bio-ciencias y las bio-tecnologías, sin partir de supuestos teológicos ni
religiosos en general. Es cierto que también es preciso admitir que laicidad no
significa anti-religión; si acaso, simplemente indica no-religión, en el
sentido de independencia de todo credo y de todo dogma, así como de toda apelación
a una realidad trascendente, inmaterial e intemporal. Y
el laicismo no es anti-religión por el hecho fundamental e incontrovertible de
que la fe no se discute. No cabe discusión, ni dis-crepancia entre la
“razón” y la “revelación”, entre la búsqueda científica
de verdades relativas y perfectibles y la posesión de la verdad absoluta. La discusión, el debate de ideas, los disensos, sólo son
posibles en el lenguaje de los hechos y las razones, de la argumentación y
comprobación, de las propuestas objetivas, comunicables y razonadas, siempre
abiertas y corregibles, de las experiencias comunes, siempre susceptibles de
ser objetadas o mejoradas. Sólo en estos términos cabe el diálogo crítico, incluso
con las bioéticas conservadoras, siempre y cuando él se dé en el orden de la
razón y de la apertura dialógica, de la voluntad de escucha, de búsqueda y
duda, y no en la seguridad de los dogmas. Y esto sólo es posible si se disgregan o separan los
elementos religiosos que son objeto de fe, y los contenidos “profanos”
y filosóficos, objeto de razón, que suelen estar fundidos (y confundidos) en
los desarrollos de la metafísica tradicional y, actualmente y de la bioética
confesional. O sea, si se reconoce que en ésta hay una vertiente axiológica y
humanística cuya validez es inmanente y en este sentido implícitamente también
laica, y susceptible de diálogo. *Profesora Emérita de la UNAM. consejo_consultivo_de_ciencias@xxxxxxxxxx |