DR.
WOLF LUIS MOCHAN BACKAL INSTITUTO
DE CIENCIAS FISICAS UNIVERSIDAD
NACIONAL AUTONOMA DE MEXICO Presente Adjunto
al presente mensaje me permito hacerle llegar el artículo escrito por la
consejera Dra. Juliana González Valenzuela, titulado, “Las
ciencias de la vida y sus repercusiones éticas”, publicado el día de
hoy en la sección Opinión del periódico La Crónica de Hoy. Aprovecho
la ocasión para mandarle un cordial saludo. Atentamente, Dr.
Rigoberto Aranda Reyes Secretario
Ejecutivo Adjunto Consejo
Consultivo de Ciencias de la Presidencia
de la República San
Francisco No. 1626-305 Col.
Del Valle Delegación
Benito Juárez 03100
México, D.F. Teléfonos (52
55) 5524-4558, 5524-9009 y 5534-2112 Juliana González Valenzuela
| Opinión 2011-08-31 | Las ciencias de la
vida y sus repercusiones éticas Los nuevos conocimientos biológicos de la Naturaleza, en
general, y de la naturaleza humana, en particular, o sea, los revolucionarios
descubrimientos de la biología evolutiva, de la genómica y de las
neurociencias, principalmente, ponen en crisis valores centrales de la
civilización occidental en la medida misma en que repercuten en los cimientos
de ella. Se trata, ciertamente, de nuevos conocimientos que cambian de raíz
nuestro saber de la vida como tal, obligando a repensar la Naturaleza y
especialmente la del Hombre; pues de cómo se conciba ésta, dependen, de un
modo u otro, la cultura y los valores que prevalecen en la sociedad. Cambia, en
efecto, nuestra tradicional “concepción del mundo y de la vida”.
Además, con el progreso científico y tecnológico, surgen nuevos poderes para
intervenir física, materialmente en los más diversos ámbitos y niveles de lo
viviente, alterando intrínsecamente “lo dado”. Es evidente que la filosofía del presente, y en especial
la bioética, están obligadas a incorporar las nuevas verdades y las nuevas
potencialidades de las bio-ciencias, así como a destacar las repercusiones de
fondo, filosóficas y éticas, teóricas y prácticas, que conllevan los
revolucionarios conocimientos que han traído consigo estos tres grandes avances
científicos, intrínsecamente interconectados. Primero El necesario
reconocimiento, desde Darwin, de la índole intrínsecamente evolutiva de la
vida, del hecho de que ésta se va generando en y por el tiempo (por el cambio),
transformándose y diversificándose en las infinitas formas de realidades vivas,
lo cual significa reconocer que las especies no son “esencias”
estáticas, cerradas y acabadas en sí mismas, sino que constituyen un proceso
continuo mediante el cual unas formas de vida dan lugar a otras, de modo que
aquéllas que resultan biológicamente “superiores” tienen su origen
en las “inferiores”. Todo ello regido por la ley fundamental e
indefectible de la lucha por la supervivencia, clave decisiva del fenómeno de
la vida, poniendo en crisis toda idea “creacionista”. Segundo a) El
descubrimiento de la estructura del ADN y de la genómica (así como de la
proteómica), que es el hallazgo considerado por algunos como la revelación del
“secreto de la vida”, implica reconocer que, en su sustrato bioquímico,
la vida es esencialmente igual en todos los seres vivientes. De ahí que pueda
afirmarse que, desde el punto de vista genómico, hay entre todos los seres
vivos un parentesco tal que puede afirmarse que el ADN del ser humano habla el
mismo lenguaje que el ADN de una planta o una mosca. Lo cual a su vez conlleva
la aparente paradoja de que esta igualdad se exprese simultáneamente en la
infinita diversidad de los seres; particularmente en la infinita variedad de
los individuos humanos. La vida es una, en y por su diversidad. b) El secreto
de la vida está “escrito” como un “código” o
“programa” biológico en el que se contiene, genéticamente definido
y predeterminado, lo que cada ser vivo, como especie y como individuo, es. En
el genoma estaría “contenido” aquello que hace ser lo que se es
(bacteria, caballo u hombre), de modo que en ese “escrito” genético
se halla la información de lo que tradicionalmente se ha entendido como
esencia y, en el caso del humano, estaría incluso también escrita su
“alma”. Y es fácil
advertir, en efecto, que estos nuevos conocimientos cuestionan la idea
antropocentrista del hombre, particularmente la creencia de que él ha sido
creado imago Dei y que, como una consecuencia de ello, se pone en crisis, el
mundo de los valores y muy señaladamente el de los valores éticos, aquellos
cuyo origen y fundamento, se cree, están más allá de este mundo, y emanan
concretamente de la divinidad. Tercero ¿Y qué decir de
la nueva idea del hombre que puede desprenderse del conocimiento actual de su
vida cerebral o neuronal? Lo principal es
que, por todos los caminos científicos, se ha cuestionado, si no es que
invalidado, el dualismo de substancias: cuerpo y alma, materia y espíritu,
necesidad y libertad, naturaleza y cultura, cuerpo y mente, etcétera. Hoy el cerebro
se hace visible para la ciencia, gracias a las revolucionarias tecnologías que
hacen posible verlo por dentro y vivo. Son “visibles” sus
emociones, sus decisiones, sus palabras, sus procesos pensantes, volitivos, sus
valoraciones, sus memorias. Hoy se le comprueba como un
“microuniverso”, extraordinariamente complejo y sutil, que
configura una prodigiosa red por donde circulan en sincronía señales eléctricas
y sustancias químicas, las cuales, al mismo tiempo que comunican y dan unidad
al cuerpo humano, van produciendo la vida mental, en el sentido más amplio de
lo que sea la Mens (o Psique para los griegos). Y se sabe,
asimismo, que el cerebro humano conserva los momentos de la evolución de la
vida, a la vez que revela las innovaciones evolutivas que lo configuran y lo
distinguen para dar lugar a la especie Homo sapiens en su identidad
irreductible. El propio Darwin sostiene que estamos condenados a vivir, dentro
de nuestro cerebro, con el cerebro de los animales que nos han precedido en la
evolución. Son ciertamente
evidentes las profundas implicaciones ético-filosóficas que tiene este nuevo
saber científico. Desde luego, resulta comprensible la fascinación que
despierta, en especial, el nuevo conocimiento del cerebro humano. Ella podría
explicar la consecuente tentación de absolutizar los poderes del “hombre
neuronal”, desembocando en posiciones monistas y reduccionistas, tal como
se expresan por ejemplo en las siguientes expresiones de connotados
neurobiólogos: Tus alegrías y
tus penas, tus recuerdos y tus ambiciones, tu identidad y tu libre albedrío, no
son sino el comportamiento de un vasto conglomerado de células nerviosas. (F.
Crick) El cerebro es
[…] una cosa que piensa, siente, elige, recuerda y planifica […] y
es extremadamente improbable que exista un alma o mente no física que realice
el pensar, sentir y percibir. Solamente existe el cerebro físico y su cuerpo.
(P. Churchland) El origen de la
mente humana ha de ser atribuido a algún proceso firmemente anclado en la
sólida base del materialismo y de la selección natural (una grúa), y no a un
misterio o a un milagro (un gancho celestial) (D. Dennet) Profesora
Emérita de la UNAM consejo_consultivo_de_ciencias@xxxxxxxxxx |