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CCC - Artículo de la Dra. Juliana González Valenzuela



Title: Xxxxxx

DR. WOLF LUIS MOCHAN BACKAL

INSTITUTO DE CIENCIAS FISICAS

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTONOMA DE MEXICO

Presente

 

Adjunto al presente mensaje me permito hacerle llegar el artículo escrito por la consejera Dra. Juliana González Valenzuela, titulado, “Claves de una bioética laica”, publicado el día de hoy en la sección Opinión del periódico La Crónica de Hoy.

Aprovecho la ocasión para mandarle un cordial saludo.

 

Atentamente,

 

Dr. Rigoberto Aranda Reyes

Secretario Ejecutivo Adjunto

 

Consejo Consultivo de Ciencias de la

Presidencia de la República

 

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Dra. Juliana González Valenzuela | Opinión  2011-09-14

 

Claves de una bioética laica

 

Para concluir la reflexión sobre la necesidad de una bioética laica, que he revisado en las dos entregas anteriores, considero que, en síntesis, la laicidad tiene un significado ético ella misma, y una bioética laica posee, entre otras, estas  notas distintivas:

 

1° El imperativo de racionalidad, y con él, de rigor, espíritu crítico, objetividad, conciencia histórica y social.

 

2° El reconocimiento fundamental de la pluralidad o diversidad de perspectivas y posiciones, y la consecuente disposición a asumir la propia relatividad, al igual que la perfectibilidad del conocimiento científico y filosófico,  siempre  en proceso, sin obtener logros únicos, definitivos y absolutos.

 

3° La aceptación de la necesidad de la duda, la problematización, la pregunta, inherentes al espíritu filosófico y científico, lo cual se halla particularmente intensificado en las cuestiones de bioética. Pues éstas, en particular, son  expresión de una situación de tránsito histórico o de transformación profunda del conocimiento, así como de la idea del hombre y de su mundo (natural y cultural).

 

4º La conciencia de la pluralidad y diversidad de la vida hace patente la exigencia de hacer de la tolerancia una auténtica virtud, lo cual sólo es posible cuando ella no se entiende en términos de “soportar” o “aguantar”, sino de aceptar y respetar. Y no se entiende tampoco como  indiferencia, pasividad o mero eclecticismo. La aceptación de la pluralidad no implica la aceptación de la intolerancia, misma que se expresa, precisamente,  en las posiciones dogmáticas, prepotentes y fundamentalistas. Laicidad no implica anti-religión pero sí anti-dogmatismo y anti-absolutismo, y, señaladamente, lucha contra la imposición de un punto de vista sobre todos los demás, todo lo contrario de lo que significa obtener consensos mediante el diálogo abierto y plural. Imposición que, inclusive,  suele ser no sólo  de carácter moral (una moral), sino también legal y política.

 

Desde una posición laica tampoco es válido, en consecuencia, el dogmatismo cientificista, o sea, la invalidación de toda otra forma de conocimiento que no sea el de las ciencias positivas. O sea, el dogma del saber científico como la verdad. La ética y la bioética no pueden discurrir en contra  ni al margen de las ciencias de la vida, pero sí en un ámbito vital y cultural más amplio y complejo que el circunscrito a la visión científica.

 

El saber científico no cancela ni las posibles razones tradicionales, ni la sabiduría moral que provienen de otras fuentes del pensamiento y de la experiencia histórica del ser humano, incluso de otras culturas. No hay cancelación por una razón fundamental: porque no se cancelan los problemas que han preocupado siempre al ser humano y que hoy, incluso, se intensifican y multiplican, precisamente por la novedad de los hallazgos científicos y el poder de las nuevas tecnologías. No se cancelan las incógnitas, sino al contrario. No se minimizan siquiera las magnas preguntas que han motivado -y motivan- la búsqueda humana por distintas vías de las cuales la ciencia representa un camino supremo, obligado e insustituible,  pero no el único, ni total.

 

Significativamente, por lo demás, la ciencia misma desemboca en la conciencia del misterio,  de los últimos enigmas para los cuales la razón, comprometida con la verdad, no tiene todas las respuestas. Los  problemas no se agotan ni se despejan del todo en la búsqueda científica, sino que notablemente ella los incrementa. En este sentido, ciencia y filosofía llevan en su núcleo la sabiduría socrática del saber y no saber simultáneos. Cada nuevo conocimiento pone luz en lo desconocido y al mismo tiempo revela nuevas sombras y misterios. Sólo que, precisamente por ello, ni las ciencias naturales, ni las ciencias humanas encabezadas por la filosofía, pueden rebasar los límites de la experiencia y la razón, y pretender develar el misterio. Sólo pueden constatarlos y reconocerse a sí mismas en su limitación.

 

Es en este sentido en el que también el propio conocimiento científico revela junto al misterio, a la vez, que el prodigio y el milagro, no en sentido religioso ni trascendente, sino en la naturaleza misma tal y como es percibida y valorada por la conciencia humana. La vida en particular, especial, es motivo de “asombro y maravilla” (thauma le llamaron los griegos). Hecho que es en el fondo inasible, “intocable” en su última razón de ser. Y es en este sentido, y sólo en éste, en el que  la ciencia y la filosofía también pueden hablar de “la sacralidad de la vida” desde un ángulo estrictamente laico, o sea, como “aquello que es digno de supremo respeto y veneración”. Las experiencias existenciales de magnificencia de la naturaleza y de la realidad en general, humana y no humana,  no son privilegio exclusivo de las religiones, ni lo es el lenguaje que  expresa tales vivencias.

 

Desde la ciencia y la filosofía, la vida humana es concebida, en especial por las neurociencias, como un episodio de la evolución que ha creado un prodigioso cerebro, un universo neuronal capaz de conciencia y “entendimiento”, de riqueza emocional, de valoración, decisión y acción creadora,  propia del Homo sapiens. Ese universo donde la vida se hace consciente de sí misma y obtiene  el poder de  transformarse a sí misma;  fase culminante del espectáculo en movimiento  de la realidad de este mundo.

 

Resulta imposible así, entender la bioética laica (y la laicidad en general) en un sentido meramente cientificista y racionalista –y no se diga meramente pragmático–, prescindiéndose de la dimensión simbólica, cultural, axiológica en que de hecho existe la humanidad. Tal dimensión es también (como la de las biociencias y las tecnociencias) inmanente, objeto de experiencia y de razón: fenomenológica, histórica, hermenéutica, psicológica, sociológica y eminentemente filosófica. La realidad con la que la bioética trata, es ciertamente Bíos, y concretamente: el cuerpo humano. Bíos y a la vez ethos y ethiká. La interdisciplinariedad es ciertamente inherente a la bioética. Y ello implica su necesaria  y difícil condición de “puente” unificador entre  las ciencias biológicas y las ciencias humanas y sociales. Puente entre  ciencia y la filosofía, y a mi modo de ver, básicamente entre la biología y la ontología (u onto-antropología).

 

Pues la cuestión de la laicidad de la bioética remite en última instancia a la cuestión de la naturaleza humana, que ha de considerarse en el presente desde el doble acceso: biológico y ontológico. Pues se trata ciertamente de dar razón hoy de la physis  fenomenológica, espacio-temporal y “física”  o “corpórea” del hombre. Y conviene en este punto recordar  que el concepto de physis en griego tiene una significativa dualidad de significados que corresponden a nuestra noción de naturaleza: ésta (en español  igual que en griego) se refiere tanto a la naturaleza “física” (material y natural) como a la naturaleza esencial, en particular del hombre.

 

 

La tradición dualista dividió ambas “naturalezas” haciendo que la physis esencial, lo que define al ser mismo, se situará más allá de la naturaleza, como “esencia” o “substancia” meta-física concebida como alma separada del cuerpo.

 

La bio-ética laica tiene, desde este enfoque, un fundamento bio-ontológico y asienta en un saber verdaderamente actualizado de la propia  naturaleza humana sus criterios de valor y el sentido de la vida humana. “Naturaleza” que hoy  se tiene que concebir en su constitutiva (dialéctica) unidad e integridad espacio-temporal, su misteriosa amalgama de “natura-cultura”.

 

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