DR.
WOLF LUIS MOCHAN BACKAL INSTITUTO
DE CIENCIAS FISICAS UNIVERSIDAD
NACIONAL AUTONOMA DE MEXICO Presente Adjunto
al presente mensaje me permito hacerle llegar el artículo escrito por la
consejera Dra. Juliana González Valenzuela, titulado, “Claves
de una bioética laica”, publicado el día de hoy en la sección Opinión
del periódico La Crónica de Hoy. Aprovecho
la ocasión para mandarle un cordial saludo. Atentamente, Dr.
Rigoberto Aranda Reyes Secretario
Ejecutivo Adjunto Consejo
Consultivo de Ciencias de la Presidencia
de la República San
Francisco No. 1626-305 Col.
Del Valle Delegación
Benito Juárez 03100
México, D.F. Teléfonos (52
55) 5524-4558, 5524-9009 y 5534-2112 Dra.
Juliana González Valenzuela | Opinión
2011-09-14 Claves de una bioética
laica Para concluir
la reflexión sobre la necesidad de una bioética laica, que he revisado en las
dos entregas anteriores, considero que, en síntesis, la laicidad tiene un
significado ético ella misma, y una bioética laica posee, entre otras, estas
notas distintivas: 1° El
imperativo de racionalidad, y con él, de rigor, espíritu crítico, objetividad,
conciencia histórica y social. 2° El
reconocimiento fundamental de la pluralidad o diversidad de perspectivas y
posiciones, y la consecuente disposición a asumir la propia relatividad, al
igual que la perfectibilidad del conocimiento científico y filosófico,
siempre en proceso, sin obtener logros únicos, definitivos y absolutos. 3° La
aceptación de la necesidad de la duda, la problematización, la pregunta, inherentes
al espíritu filosófico y científico, lo cual se halla particularmente
intensificado en las cuestiones de bioética. Pues éstas, en particular, son
expresión de una situación de tránsito histórico o de transformación profunda
del conocimiento, así como de la idea del hombre y de su mundo (natural y
cultural). 4º La
conciencia de la pluralidad y diversidad de la vida hace patente la exigencia
de hacer de la tolerancia una auténtica virtud, lo cual sólo es posible cuando
ella no se entiende en términos de “soportar” o
“aguantar”, sino de aceptar y respetar. Y no se entiende tampoco
como indiferencia, pasividad o mero eclecticismo. La aceptación de la
pluralidad no implica la aceptación de la intolerancia, misma que se expresa,
precisamente, en las posiciones dogmáticas, prepotentes y fundamentalistas.
Laicidad no implica anti-religión pero sí anti-dogmatismo y anti-absolutismo,
y, señaladamente, lucha contra la imposición de un punto de vista sobre todos
los demás, todo lo contrario de lo que significa obtener consensos mediante el
diálogo abierto y plural. Imposición que, inclusive, suele ser no sólo de
carácter moral (una moral), sino también legal y política. Desde una
posición laica tampoco es válido, en consecuencia, el dogmatismo cientificista,
o sea, la invalidación de toda otra forma de conocimiento que no sea el de las
ciencias positivas. O sea, el dogma del saber científico como la verdad. La
ética y la bioética no pueden discurrir en contra ni al margen de las ciencias
de la vida, pero sí en un ámbito vital y cultural más amplio y complejo que el
circunscrito a la visión científica. El saber
científico no cancela ni las posibles razones tradicionales, ni la sabiduría
moral que provienen de otras fuentes del pensamiento y de la experiencia histórica
del ser humano, incluso de otras culturas. No hay cancelación por una razón
fundamental: porque no se cancelan los problemas que han preocupado siempre al
ser humano y que hoy, incluso, se intensifican y multiplican, precisamente por
la novedad de los hallazgos científicos y el poder de las nuevas tecnologías.
No se cancelan las incógnitas, sino al contrario. No se minimizan siquiera las
magnas preguntas que han motivado -y motivan- la búsqueda humana por distintas
vías de las cuales la ciencia representa un camino supremo, obligado e
insustituible, pero no el único, ni total. Significativamente,
por lo demás, la ciencia misma desemboca en la conciencia del misterio, de los
últimos enigmas para los cuales la razón, comprometida con la verdad, no tiene
todas las respuestas. Los problemas no se agotan ni se despejan del todo en la
búsqueda científica, sino que notablemente ella los incrementa. En este
sentido, ciencia y filosofía llevan en su núcleo la sabiduría socrática del
saber y no saber simultáneos. Cada nuevo conocimiento pone luz en lo
desconocido y al mismo tiempo revela nuevas sombras y misterios. Sólo que,
precisamente por ello, ni las ciencias naturales, ni las ciencias humanas
encabezadas por la filosofía, pueden rebasar los límites de la experiencia y la
razón, y pretender develar el misterio. Sólo pueden constatarlos y reconocerse
a sí mismas en su limitación. Es en este
sentido en el que también el propio conocimiento científico revela junto al
misterio, a la vez, que el prodigio y el milagro, no en sentido religioso ni
trascendente, sino en la naturaleza misma tal y como es percibida y valorada
por la conciencia humana. La vida en particular, especial, es motivo de
“asombro y maravilla” (thauma le llamaron los griegos). Hecho que
es en el fondo inasible, “intocable” en su última razón de ser. Y
es en este sentido, y sólo en éste, en el que la ciencia y la filosofía
también pueden hablar de “la sacralidad de la vida” desde un ángulo
estrictamente laico, o sea, como “aquello que es digno de supremo respeto
y veneración”. Las experiencias existenciales de magnificencia de la
naturaleza y de la realidad en general, humana y no humana, no son privilegio
exclusivo de las religiones, ni lo es el lenguaje que expresa tales vivencias. Desde la
ciencia y la filosofía, la vida humana es concebida, en especial por las neurociencias,
como un episodio de la evolución que ha creado un prodigioso cerebro, un
universo neuronal capaz de conciencia y “entendimiento”, de riqueza
emocional, de valoración, decisión y acción creadora, propia del Homo sapiens.
Ese universo donde la vida se hace consciente de sí misma y obtiene el poder
de transformarse a sí misma; fase culminante del espectáculo en movimiento
de la realidad de este mundo. Resulta
imposible así, entender la bioética laica (y la laicidad en general) en un
sentido meramente cientificista y racionalista –y no se diga meramente
pragmático–, prescindiéndose de la dimensión simbólica, cultural,
axiológica en que de hecho existe la humanidad. Tal dimensión es también (como
la de las biociencias y las tecnociencias) inmanente, objeto de experiencia y
de razón: fenomenológica, histórica, hermenéutica, psicológica, sociológica y
eminentemente filosófica. La realidad con la que la bioética trata, es
ciertamente Bíos, y concretamente: el cuerpo humano. Bíos y a la vez ethos y ethiká.
La interdisciplinariedad es ciertamente inherente a la bioética. Y ello implica
su necesaria y difícil condición de “puente” unificador entre las
ciencias biológicas y las ciencias humanas y sociales. Puente entre ciencia y
la filosofía, y a mi modo de ver, básicamente entre la biología y la ontología
(u onto-antropología). Pues la
cuestión de la laicidad de la bioética remite en última instancia a la cuestión
de la naturaleza humana, que ha de considerarse en el presente desde el doble
acceso: biológico y ontológico. Pues se trata ciertamente de dar razón hoy de
la physis fenomenológica, espacio-temporal y “física” o
“corpórea” del hombre. Y conviene en este punto recordar que el
concepto de physis en griego tiene una significativa dualidad de significados
que corresponden a nuestra noción de naturaleza: ésta (en español igual que en
griego) se refiere tanto a la naturaleza “física” (material y
natural) como a la naturaleza esencial, en particular del hombre. La tradición
dualista dividió ambas “naturalezas” haciendo que la physis
esencial, lo que define al ser mismo, se situará más allá de la naturaleza,
como “esencia” o “substancia” meta-física concebida
como alma separada del cuerpo. La bio-ética
laica tiene, desde este enfoque, un fundamento bio-ontológico y asienta en un
saber verdaderamente actualizado de la propia naturaleza humana sus criterios
de valor y el sentido de la vida humana. “Naturaleza” que hoy se
tiene que concebir en su constitutiva (dialéctica) unidad e integridad espacio-temporal,
su misteriosa amalgama de “natura-cultura”. consejo_consultivo_de_ciencias_@xxxxxxxxxx |