José Luis Morán López* | Opinión
2012-11-14 |
Caminante son
tus huellas el camino…
El pasado 25
de agosto falleció uno de los hombres más importantes de la era moderna, Neil
Armstrong. Él fue el ser privilegiado que por primera vez, en la historia de
la humanidad, pisó la superficie lunar. Por primera ocasión un ser humano
escapaba de la superficie de la Tierra y después de circundar la Luna,
descendió sobre un sitio del Mar de la Tranquilidad.
La atracción
gravitacional nos tiene confinados en la superficie de la Tierra. Nuestras
propias experiencias nos demuestran que para elevarse a cualquier altura
sobre el piso, requiere una cantidad importante de energía. El hombre no está
“hecho” para volar por medios propios y mucho menos para
remontarse a grandes alturas. Por otro lado, la Luna parecía inalcanzable y
fue considerada una deidad en la mayoría de las culturas antiguas. Sin
embargo, nunca nos hemos conformado con esa situación y a lo largo de la
historia están registrados algunos relatos fantásticos en los que el hombre
podía alcanzar la Luna.
Uno de los
más recientes, y basado en los conocimientos científicos de la época, fue la
novela de Julio Verne titulada De la Tierra a la Luna, publicada en 1861. En
ella describía en forma simplificada pero avanzada para la época, el problema
de llegar a la Luna. En su modelo tomaba ya en cuenta de que tanto la Tierra
como la Luna ejercen una fuerza de atracción gravitacional sobre cualquier
cuerpo. Dado que la Tierra tiene una masa mayor y a que estamos más cerca de
ella, la fuerza que predomina sobre nosotros es la terrestre y nos mantiene
atados a su superficie. Sin embargo, él menciona que si tuviéramos una nave
espacial que viajara en línea recta hacia la Luna, la fuerza que esta
ejercería sobre ella sería cada vez mayor. En su trayectoria, llegaría a una
distancia tal que las dos fuerzas se equilibrarían y el resultado sería el de
ingravidez (peso cero). La posición de este punto en la línea que une la
Tierra y la Luna sólo está determinada por la masa de ambas y se encuentra
más cerca de la Luna. Después de ese punto, la fuerza gravitacional de la
Luna ganaría y la nave descendería a su superficie. Verne da las
características que debería de tener el disparo del cohete y la duración del
vuelo.
Debido al
movimiento de la Tierra y de su satélite, entre otras cosas, el problema es
más complicado, pero los científicos de finales de los cincuentas podían
calcular con gran exactitud la trayectoria a seguir (no en línea recta). La
dificultad para su realización era alcanzar el desarrollo tecnológico para lograrlo.
Para la época
en que inició la carrera espacial entre Estados Unidos y la entonces Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas (la URSS), los avances en la aviación,
logrados durante la Segunda Guerra Mundial, eran impresionantes. Se
desarrollaron los materiales y las tecnologías necesarios para que aviones
tripulados volaran a grandes alturas y con velocidades varias veces la del
sonido.
Por otra
parte, los alemanes fueron los líderes en el desarrollo de cohetes capaces de
atravesar grandes distancias y podían hacerlos incidir en blancos
estratégicos. Londres fue en gran parte destruida por los cohetes alemanes V1
y V2. El principal responsable del proyecto fue el científico alemán Wernher
Von Braun, quien al final de la guerra fue llevado a Estados Unidos y cooperó
con el desarrollo de los cohetes en ese país. Von Braun estudió física y se
doctoró en la Universidad de Berlín en 1934. Su campo de investigación fue el
desarrollo de cohetes capaces de atravesar grandes distancias y eventualmente
circundar la Tierra. Para él era claro que existía la posibilidad de hacer
orbitar satélites. El problema era desarrollar materiales lo suficientemente
resistentes pero ligeros, capaces de soportar altas temperaturas, y
combustibles lo suficientemente potentes para propulsarlos. Sus habilidades
quedaron de manifiesto con el desarrollo de los letales cohetes V2.
Al terminar
la Segunda Guerra Mundial era obvio que el país que más rápidamente
desarrollara cohetes con mayores capacidades de vuelo y llevando consigo armas
más potentes lograría la supremacía mundial. La conquista del espacio y la
puesta en órbita de satélites espías fue el tema de las décadas de la
postguerra, la llamada Guerra Fría. Los rusos se pusieron a la vanguardia con
la puesta en órbita del primer satélite artificial. El 4 de octubre de 1957,
un cohete soviético intercontinental R-7 puso en órbita el Sputnik, tomando a
todo el mundo por sorpresa, principalmente a los estadunidenses. La
posibilidad de enviar misiles dirigidos desde la URSS a cualquier parte del
mundo había quedado demostrada.
Como
respuesta, en 1958 los estadunidenses pusieron en órbita su satélite llamado,
Explorer I, diseñado por Wernher Von Braun. Ese mismo año, el presidente
Dwight Eisenhower creó la NASA (National Aeronautics and Space
Administration) como la agencia federal dedicada a la exploración del
espacio. Como comparación, podemos mencionar que apenas el año pasado México
creó su propia agencia espacial. En 1959 los soviéticos dieron otro paso
adelante al hacer llegar el satélite Luna 2 a la superficie lunar, y en abril
de 1961 el cosmonauta soviético Yuri Gagarin se convirtió en la primera
persona en orbitar la Tierra. Un mes después, la NASA lanzó a Alan Shepard en
un vuelo que no orbitó la Tierra. En resumen, hasta ese momento, los
soviéticos tenían la primacía en la carrera espacial.
Ante esa
situación el presidente John F. Kennedy -convencido de la importancia de
invertir recursos importantes para ganar la carrera espacial- estableció, a
fines de mayo, el programa Apollo. Este proyecto fue similar al Proyecto
Manhattan, pero con una cantidad mayor de recursos financieros y humanos; la
finalidad expresa era la de transportar estadunidenses a la Luna y traerlos
sanos de regreso antes de que terminara la década de los sesentas. El número
de empleados de la NASA en 1964 llegó a la cifra de 34,000. Sin embargo,
otros 350,000 estaban asociados al proyecto pero trabajando en industrias y
universidades bajo contrato.
En enero de
1967, el desarrollo del proyecto Apollo tuvo un fuerte tropiezo al morir tres
astronautas tras incendiarse la cápsula espacial en un simulacro de
lanzamiento. Este contratiempo no tuvo mayores consecuencias en la carrera
espacial, pues los soviéticos ya habían decidido abandonar la competencia
después de la muerte del principal responsable de su proyecto, Sergei
Korolev.
En diciembre
de 1968 se lanzó el Apollo 8, la primera misión espacial tripulada que orbitó
la Luna. Con este logro, los estadunidenses ya estaban en posición de
descender a nuestro satélite natural. Así el 16 de julio de 1969 los
astronautas Neil Armstrong, Edwin Aldrin y Michael Collins salieron a bordo
del Apollo 11, en el primer intento de alunizar.
El día 20 de
ese memorable mes, después de tres días y medio de viaje, y después de no
pocas dificultades, Armstrong y Aldrin se desprendían de la nave espacial
Columbia que circundaba la Luna y descendían exitosamente a su superficie en
la cápsula lunar Eagle. A las 10:56 pm tiempo del Este (EDT), Neil Armstrong
se convertía en el primer hombre en pisar la superficie lunar. Su primer
mensaje a la Tierra fueron las famosas palabras: Un pequeño paso para un
hombre y un salto gigante para la humanidad.
Durante dos
horas, Armstrong y Aldrin exploraron, colectaron muestras e hicieron algunos
experimentos científicos sobre la superficie lunar.
Nada más
apropiado para describir esa experiencia que el poema de Antonio Machado:
Caminante no
hay camino…
Al posar
Armstrong su pie sobre la superficie lunar, coronaba los esfuerzos de Estados
Unidos de llevar hombres a nuestro satélite natural. A través del programa
Apollo, no sólo se lograba la meta fijada por Kennedy, sino que además se
obtenía un gran número de avances científicos y tecnológicos que van desde el
desarrollo de materiales y combustibles especiales hasta la implementación de
hábitats particulares en la presencia de una reducida gravedad y de la
producción de energía de los rayos solares para el funcionamiento de los
equipos y computadoras de la nave espacial.
Los proyectos
Apollo y Manhattan –este último liderado por Robert Oppenheimer–
trajeron como resultado el desarrollo del aprovechamiento de la energía
nuclear; hicieron reconocer que, cuando se cuenta con el apoyo financiero
adecuado, los científicos podían organizarse, trabajar en grupo y resolver
problemas complejos. A partir de entonces, las actividades científicas fueron
más valoradas y se crearon fondos especiales para apoyar proyectos
específicos.
Una reflexión
final. El aprecio que tiene la sociedad por el quehacer científico se lo ha
tenido que ganar la comunidad a pulso. Éste varía de país a país y está
relacionado con el desarrollo social y económico. Sin embargo, a nivel
mundial la historia referida mostró, una vez más, con toda claridad que la
ciencia y sus aplicaciones a la larga determinan los estándares de vida.
*Profesor de
la Facultad de Ciencias de la UNAM e Integrante del Consejo Consultivo de
Ciencias
consejo_consultivo_de_ciencias@xxxxxxxxxx
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