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CCC- Articulo del Dr. José Luis Morán



Title: Xxxxxx

DR. WOLF LUIS MOCHAN BACKAL

INSTITUTO DE CIENCIAS FISICAS

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTONOMA DE MEXICO

Presente

 

Adjunto al presente mensaje me permito hacerle llegar el artículo escrito por el Consejero, el Dr. José Luis Morán, titulado, “Caminante son tus huellas el camino, publicado el día de hoy en la sección Opinión del periódico La Crónica de Hoy.

 

 

 

Aprovecho la ocasión para mandarle un cordial saludo.

 

Atentamente,

 

Dr. Rigoberto Aranda Reyes

Secretario Ejecutivo Adjunto

 

Consejo Consultivo de Ciencias de la

Presidencia de la República

 

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José Luis  Morán López* | Opinión  2012-11-14 |

 

 

 

 

 

 

Caminante son tus huellas el camino…

El pasado 25 de agosto falleció uno de los hombres más importantes de la era moderna, Neil Armstrong. Él fue el ser privilegiado que por primera vez, en la historia de la humanidad, pisó la superficie lunar. Por primera ocasión un ser humano escapaba de la superficie de la Tierra y después de circundar la Luna, descendió sobre un sitio del Mar de la Tranquilidad.

La atracción gravitacional nos tiene confinados en la superficie de la Tierra. Nuestras propias experiencias nos demuestran que para elevarse a cualquier altura sobre el piso, requiere una cantidad importante de energía. El hombre no está “hecho” para volar por medios propios y mucho menos para remontarse a grandes alturas. Por otro lado, la Luna parecía inalcanzable y fue considerada una deidad en la mayoría de las culturas antiguas. Sin embargo, nunca nos hemos conformado con esa situación y a lo largo de la historia están registrados algunos relatos fantásticos en los que el hombre podía alcanzar la Luna.

Uno de los más recientes, y basado en los conocimientos científicos de la época, fue la novela de Julio Verne titulada De la Tierra a la Luna, publicada en 1861. En ella describía en forma simplificada pero avanzada para la época, el problema de llegar a la Luna. En su modelo tomaba ya en cuenta de que tanto la Tierra como la Luna ejercen una fuerza de atracción gravitacional sobre cualquier cuerpo. Dado que la Tierra tiene una masa mayor y a que estamos más cerca de ella, la fuerza que predomina sobre nosotros es la terrestre y nos mantiene atados a su superficie. Sin embargo, él menciona que si tuviéramos una nave espacial que viajara en línea recta hacia la Luna, la fuerza que esta ejercería sobre ella sería cada vez mayor. En su trayectoria, llegaría a una distancia tal que las dos fuerzas se equilibrarían y el resultado sería el de ingravidez (peso cero). La posición de este punto en la línea que une la Tierra y la Luna sólo está determinada por la masa de ambas y se encuentra más cerca de la Luna. Después de ese punto, la fuerza gravitacional de la Luna ganaría y la nave descendería a su superficie. Verne da las características que debería de tener el disparo del cohete y la duración del vuelo.

 

Debido al movimiento de la Tierra y de su satélite, entre otras cosas, el problema es más complicado, pero los científicos de finales de los cincuentas podían calcular con gran exactitud la trayectoria a seguir (no en línea recta). La dificultad para su realización era alcanzar el desarrollo tecnológico para lograrlo.

Para la época en que inició la carrera espacial entre Estados Unidos y la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (la URSS), los avances en la aviación, logrados durante la Segunda Guerra Mundial, eran impresionantes. Se desarrollaron los materiales y las tecnologías necesarios para que aviones tripulados volaran a grandes alturas y con velocidades varias veces la del sonido.

Por otra parte, los alemanes fueron los líderes en el desarrollo de cohetes capaces de atravesar grandes distancias y podían hacerlos incidir en blancos estratégicos. Londres fue en gran parte destruida por los cohetes alemanes V1 y V2. El principal responsable del proyecto fue el científico alemán Wernher Von Braun, quien al final de la guerra fue llevado a Estados Unidos y cooperó con el desarrollo de los cohetes en ese país. Von Braun estudió física y se doctoró en la Universidad de Berlín en 1934. Su campo de investigación fue el desarrollo de cohetes capaces de atravesar grandes distancias y eventualmente circundar la Tierra. Para él era claro que existía la posibilidad de hacer orbitar satélites. El problema era desarrollar materiales lo suficientemente resistentes pero ligeros, capaces de soportar altas temperaturas, y combustibles lo suficientemente potentes para propulsarlos. Sus habilidades quedaron de manifiesto con el desarrollo de los letales cohetes V2.

Al terminar la Segunda Guerra Mundial era obvio que el país que más rápidamente desarrollara cohetes con mayores capacidades de vuelo y llevando consigo armas más potentes lograría la supremacía mundial. La conquista del espacio y la puesta en órbita de satélites espías fue el tema de las décadas de la postguerra, la llamada Guerra Fría. Los rusos se pusieron a la vanguardia con la puesta en órbita del primer satélite artificial. El  4 de octubre de 1957, un cohete soviético intercontinental R-7 puso en órbita el Sputnik, tomando a todo el mundo por sorpresa, principalmente a los estadunidenses. La posibilidad de enviar misiles dirigidos desde la URSS a cualquier parte del mundo había quedado demostrada.

Como respuesta, en 1958 los estadunidenses pusieron en órbita su satélite llamado, Explorer I, diseñado por Wernher Von Braun. Ese mismo año, el presidente Dwight Eisenhower creó la NASA (National Aeronautics and Space Administration) como la agencia federal dedicada a la exploración del espacio. Como comparación, podemos mencionar que apenas el año pasado México creó su propia agencia espacial. En 1959 los soviéticos dieron otro paso adelante al hacer llegar el satélite Luna 2 a la superficie lunar, y en abril de 1961 el cosmonauta soviético Yuri Gagarin se convirtió en la primera persona en orbitar la Tierra. Un mes después, la NASA lanzó a Alan Shepard en un vuelo que no orbitó la Tierra. En resumen, hasta ese momento, los soviéticos tenían la primacía en la carrera espacial.

Ante esa situación el presidente John F. Kennedy -convencido de la importancia de invertir recursos importantes para ganar la carrera espacial- estableció, a fines de mayo, el programa Apollo. Este proyecto fue similar al Proyecto Manhattan, pero con una cantidad mayor de recursos financieros y humanos; la finalidad expresa era la de transportar estadunidenses a la Luna y traerlos sanos de regreso antes de que terminara la década de los sesentas. El número de empleados de la NASA en 1964 llegó a la cifra de 34,000. Sin embargo, otros 350,000 estaban asociados al proyecto pero trabajando en industrias y universidades bajo contrato.

En enero de 1967, el desarrollo del proyecto Apollo tuvo un fuerte tropiezo al morir tres astronautas tras incendiarse la cápsula espacial en un simulacro de lanzamiento. Este contratiempo no tuvo mayores consecuencias en la carrera espacial, pues los soviéticos ya habían decidido abandonar la competencia después de la muerte  del principal responsable de su proyecto, Sergei Korolev.

En diciembre de 1968 se lanzó el Apollo 8, la primera misión espacial tripulada que orbitó la Luna. Con este logro, los estadunidenses ya estaban en posición de descender a nuestro satélite natural. Así el 16 de julio de 1969 los astronautas Neil Armstrong, Edwin Aldrin y Michael Collins salieron a bordo del Apollo 11, en el primer intento de alunizar.

El día 20 de ese memorable mes, después de tres días y medio de viaje, y después de no pocas dificultades, Armstrong y Aldrin se desprendían de la nave espacial Columbia que circundaba la Luna y descendían exitosamente a su superficie en la cápsula lunar Eagle. A las 10:56 pm tiempo del Este (EDT), Neil Armstrong se convertía en el primer hombre en pisar la superficie lunar. Su primer mensaje a la Tierra fueron las famosas palabras: Un pequeño paso para un hombre y un salto gigante para la humanidad.

Durante dos horas, Armstrong y Aldrin exploraron, colectaron muestras e hicieron algunos experimentos científicos sobre la superficie lunar.

Nada más apropiado para describir esa experiencia que el poema de Antonio Machado:

Caminante no hay camino…

Al posar Armstrong su pie sobre la superficie lunar, coronaba los esfuerzos de Estados Unidos de llevar hombres a nuestro satélite natural. A través del programa Apollo, no sólo se lograba la meta fijada por Kennedy, sino que además se obtenía un gran número de avances científicos y tecnológicos que van desde el desarrollo de materiales y combustibles especiales hasta la implementación de hábitats particulares en la presencia de una reducida gravedad y de la producción de energía de los rayos solares para el funcionamiento de los equipos y computadoras de la nave espacial.

Los proyectos Apollo y Manhattan –este último liderado por Robert Oppenheimer– trajeron como resultado el desarrollo del aprovechamiento de la energía nuclear; hicieron reconocer que, cuando se cuenta con el apoyo financiero adecuado, los científicos podían organizarse, trabajar en grupo y resolver problemas complejos. A partir de entonces, las actividades científicas fueron más valoradas y se crearon fondos especiales para apoyar proyectos específicos.

Una reflexión final. El aprecio que tiene la sociedad por el quehacer científico se lo ha tenido que ganar la comunidad a pulso. Éste varía de país a país y está relacionado con el desarrollo social y económico. Sin embargo, a nivel mundial la historia referida mostró, una vez más, con toda claridad que la ciencia y sus aplicaciones a la larga determinan los estándares de vida.

 

*Profesor de la Facultad de Ciencias de la UNAM e Integrante del Consejo Consultivo de Ciencias

consejo_consultivo_de_ciencias@xxxxxxxxxx