DR. WOLF LUIS MOCHAN BACKAL
CENTRO DE CIENCIAS FISICAS
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTONOMA DE MEXICO
Presente
Me estoy permitiendo hacerle llegar el artículo
escrito por su colega consejero, Dr. Luis de la Peña, titulado “Ciencia,
tecnología y educación en su etapa independiente”, publicado el día de
hoy en la
sección Opinión del periódico La Crónica de Hoy.
Aprovecho la ocasión para hacerle llegar un cordial
saludo.
Atentamente,
Lic. Luz Elena Cabrera Cuarón
Secretaria Ejecutiva Adjunta
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correo@ccc.gob.mx
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Por: Luis de la Peña | Opinión
Miércoles
9 de Enero de 2008 | Hora de publicación: 02:20
Ciencia,
tecnología y educación en su etapa independiente
Hasta no hace mucho, ciencia, tecnología
y educación se desarrollaban de manera casi independiente, cada una con sus
fuerzas, ruta y objetivos, pero llegó el momento en que se descubrieron
mutuamente y se crearon estrechos lazos de interdependencia y apoyo mutuo, tan
profundos que el resultado le ha conferido un sello característico a nuestra
época. En esta primera parte daremos una mirada muy rápida a esa larga etapa de
desarrollo autárquico para, en una segunda entrega, pasar breve revista a la
etapa actual y comentar sobre su significado para nuestros países, aquellos que
un amable circunloquio denomina en vías de desarrollo.
Como la Iglesia, la universidad nació en el medioevo, aunque con varios siglos
de diferencia. Las dos primeras universidades, las de Bolonia y París,
surgieron en 1088 y 1180, respectivamente, cuando maestros y estudiantes
básicamente de lógica y teología (y más tarde medicina en Bolonia) se
organizaron en una corporación con la intención de obtener autonomía tanto del
obispo como del rey. La autonomía efectiva de estas instituciones se logró
finalmente por bula papal en 1231, pero no sin antes haber tenido que pasar por
varias huelgas, vencer un cúmulo de dificultades y sufrir incluso (en París)
una primera clausura, que se extendiera por dos años.
La autonomía de la universidad y su carácter de institución pública resultan
así tan viejos como la propia universidad, aunque es cierto que en su etapa
inicial los estudiantes pagaban directa e individualmente a su profesor. De
hecho, el término universitas que es parte del nombre de la universidad
medieval (universitas magistrorum et scolarium), significa ‘institución
autónoma’ y se aplicaba regularmente a los gremios e incluso a las
comunas. En breve, la universidad nació como un gremio de profesores y
estudiantes, organizada más por nacionalidades que por escuelas, como una
corporación autónoma dedicada a la formación de la vanguardia intelectual de su
época y lugar.
Los cambios sociales a los que tuvo que sobrevivir la universidad no fueron
pequeños, pues pasó por el feudalismo, el Renacimiento y la instalación del
capitalismo, e incluso más tarde el intento socialista. Sus objetivos
centrales, sin embargo, se mantuvieron esencialmente los mismos hasta mediados
del siglo XIX, cuando se produjo un cambio importante.
Por su lado, la ciencia moderna surge bastante más tarde que la universidad, ya
en pleno Renacimiento. De manera natural es la recolectora y continuadora de la
tradición científica griega y de las enseñanzas preservadas y desarrolladas
durante los largos siglos del medioevo fundamentalmente por las culturas árabe
y persa. La búsqueda científica moderna y la universidad se mantuvieron aún
ajenas entre sí en lo esencial durante varios siglos. Tanto así que cuando
pensamos en la obra científica de Leonardo, Galileo, Kepler o Servet no la
vinculamos con la tarea de la universidad.
Es hasta las primeras décadas del siglo XIX que durante su rectorado Wilhelm
von Humboldt —hermano mayor de nuestro Humboldt, Alexander—
incorpora en firme la investigación científica a las tareas sustantivas de la
universidad alemana, dicho con nuestra jerga actual. Este fue un paso
trascendente que cambió en el curso de apenas unas cuantas décadas la faz de
ambas instituciones, la ciencia y la universidad, al grado de que a la fecha
una fracción significativa de la investigación científica se realiza en las
universidades, además de la parte mayoritaria de los estudios humanistas y
filosóficos.
En los países llamados desarrollados —no sin cierto eufemismo y una alta
dosis de buena voluntad— una porción muy significativa de la
investigación científica se realiza en los laboratorios industriales, que
suelen ser organizaciones de carácter privado en el mundo capitalista, lo que
equivale a decir en prácticamente todo el mundo contemporáneo. El resto de esta
labor se ejecuta en los laboratorios nacionales, que son normalmente
dependencias públicas de investigación especializada y dirigida (en México, de
operar bien el Instituto Mexicano del Petróleo sería un ejemplo característico)
y otras instituciones específicas, como los laboratorios de academias de
ciencias y sistemas afines y el remanente en las universidades.
Por la naturaleza y los intereses de la investigación que se realiza en los
laboratorios industriales e instituciones similares, sus grupos de
investigación normalmente no generan, sino reciben el problema a resolver,
surgido de los programas de desarrollo específicos de la empresa, por lo que
los temas de investigación son predominantemente de naturaleza aplicada. Esto
es cierto en términos generales, pero también es cierto lo contrario, pues
estas organizaciones abordan en ocasiones problemas de naturaleza fundamental,
sea como consecuencia de la búsqueda de alguna solución a una tarea planteada,
sea por serendipia o incluso como producto del interés e imaginación de los
propios investigadores. Esto explica cómo ha sido posible que un importante
número de investigadores de laboratorios industriales como los de Bell o IBM,
hayan sido galardonados con el premio Nobel de física o de química. Hay más
premios Nobel industriales estadunidenses que el total de premios Nobel
latinoamericanos en todas las disciplinas, incluyendo literatura y la paz, que
son los campos en que mayor número de nobelados se nos han dado.
Un ejemplo particular de descubrimiento científico industrial, indicativo de lo
inesperado y fuera de toda posible planificación o previsión razonable que
tales descubrimientos pueden llegar a ser, es el de la radiación
electromagnética de fondo que llena el universo de manera (casi) homogénea, y
que se interpreta como un remanente del Big Bang, es decir, el momento inicial
del universo. La observación de esta radiación constituyó uno de los mayores
descubrimientos astrofísicos del siglo xx, pero fue realizada por una pareja de
investigadores en los Laboratorios Bell, A. A. Penzias y R. W. Wilson, ocupados
con la solución de un problema de recepción en radioastronomía, descubrimiento
por el que recibieron el premio Nobel de física en 1978. Hoy en día la
investigación de las inhomogeneidades de esta radiación es tema de gran
importancia astrofísica, pues es el método para asomarnos a los momentos
iniciales de nuestro universo.
En países como el nuestro, de economía periférica (o subordinada, o
dependiente, o subdesarrollada, como prefiera llamársele, lo que en todo caso
resulta poco atractivo), la situación es muy diferente, pues la industria
establecida en ellos no realiza prácticamente investigación alguna,
precisamente por su carácter de dependiente y poco desarrollada, a resultas de
lo cual la investigación científica e incluso la tecnológica (en mucho menor medida)
tiene como nicho casi único la universidad pública. Nuestra ciencia es en
consecuencia universitaria y académica, poco impregnada aún de ese poderoso
propulsor que es la demanda social, pues participa sólo de manera muy marginal
en la actividad productiva, y menos aún le sirve de fuerza motriz a ella, como
sí sucede en los países que se han colocado en la vanguardia tecnológica. En
palabras llanas, no hemos aprendido a utilizar la ciencia en nuestro beneficio.
La tecnología se desarrolló por sus propias vías y sus propios medios hasta
iniciado el siglo XIX. Aun la máquina de vapor, fuerza motriz de la primera
gran revolución industrial, fue producto ajeno a las universidades y se mantuvo
durante siglos prácticamente en manos de los inventores. De todos los grandes
nombres conectados con el desarrollo de la máquina de vapor, sólo uno, James
Watt , estaba relacionado con una universidad. Fue hasta la aparición de la
primera industria de base científica, la eléctrica en la segunda mitad del
siglo XIX y cuyos fundamentos se establecieron en laboratorios de investigación
básica, en primerísimo lugar el de Michael Faraday, cuando se iniciaron
vínculos sólidos y permanentes entre la investigación en física y la tecnológica. Un
proceso similar y simultáneo de acercamiento entre química y tecnología
industrial se da con el desarrollo de la industria de colorantes textiles,
particularmente en Alemania.
La industria comienza a partir de entonces a recurrir de manera directa a la
ciencia en busca de solución a sus problemas. Ejemplos importantes de los
inicios de este proceso de integración son la industria vinícola requiriendo
los servicios de Louis Pasteur, el taller de instrumentos ópticos de Karl Zeiss
contratando al profesor de física de la Universidad de Jena, Ernst Abbe, o el
joven estudiante de química William Perkin dando lugar al surgimiento de la
industria química orgánica al ocuparse de la producción de su anilina malva en
1856, la que, por cierto, creó toda una moda en las cortes francesa e inglesa.
En la siguiente parte de este artículo nos ocuparemos de lo que el desarrollo
industrial subsecuente ha significado para nuestro tema en general y lo que
significa en concreto para un país como el nuestro.
*Investigador Emérito del Instituto de Física, UNAM e Investigador Nacional
Emérito
*Miembro del Consejo Consultivo de Ciencias de la Presidencia de la República
(CCC)
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