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CCC.-Artículos publicados en "La Crónica de Hoy"



Title: Xxxxxx

DR. WOLF LUIS MOCHAN BACKAL

CENTRO DE CIENCIAS FISICAS

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTONOMA DE MEXICO

Presente

 

Retomando las actividades de difusión de este Consejo Consultivo de Ciencias de la Presidencia de la República, me estoy permitiendo hacerle llegar los artículos que aparecieron durante el pasado periodo vacacional 2007/2008 en la Sección Opinión del periódico La Crónica de Hoy.

 

El 19 de noviembre se publicó el artículo del Dr. Ruy Pérez Tamayo, con el título “Adiós a un gran rector de la UNAM“; el 26 de diciembre apareció la colaboración del Dr. Cinna Lomnitz, relativa a “Capital en Movimiento“; el pasado 2 de enero, a manera de mensaje de este Consejo, aparece el artículo “Hoja de ruta para una nueva etapa“, de quien esto suscribe.

 

A fin de no bloquear en forma excesiva su cuenta de correo electrónico, los artículos mencionados van seguidamente de este mensaje.

 

Aprovecho la ocasión para reiterar los mejores deseos para el 2008.

 

Atentamente,

 

Lic. Luz Elena Cabrera Cuarón

Secretaria Ejecutiva Adjunta

lecabrera@ccc.gob.mx

correo@ccc.gob.mx

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Consejo Consultivo de Ciencias de la

Presidencia de la República (CCC)

San Francisco No. 1626-305                                                                      

Col. Del Valle

Del. Benito Juárez

03100, México, D.F.

 

Teléfonos: 55-24-45-58 /90-09 y 55-34-21-12

Celular CCC: 044-55 35-02-96-22

 

Por: Dr. Ruy Pérez Tamayo* | Opinión

Miércoles 19 de Diciembre de 2007 | Hora de publicación: 02:35

 

Adiós a un gran rector de la UNAM

 

                                                                     A Federico Reyes Heroles, ser excepcional

El Dr. Juan Ramón de la Fuente cumplió a mediados del mes de noviembre su segundo y último periodo al frente de nuestra Máxima Casa de Estudios. La Junta de Gobierno de la UNAM lleva la responsabilidad del proceso para la elección de nuevo rector que abre la respectiva convocatoria y que culmina con  la designación del titular del cargo de rector. El proceso incluye la auscultación de las opiniones de toda la comunidad universitaria (alumnos, profesores, investigadores, empleados administrativos y otros miembros de la UNAM) sobre los distintos candidatos.
El sistema vigente de elección del rector de la UNAM se estableció el 6 de enero de 1945 con la Ley Caso, que además logró obtener la autonomía completa para la institución. En su exposición de motivos de la propuesta de ley, el rector Caso fue muy claro:
“La reforma que proponemos a ustedes descansa en tres principios fundamentales. El primero consiste en llevar a la práctica en sus términos, las consecuencias que se derivan de la definición misma de la Universidad, como una corporación pública, dotada de plena capacidad jurídica, y que tiene por fin impartir la educación superior y organizar la investigación científica para formar profesionistas y técnicos útiles a la sociedad, y extender con la mayor amplitud posible los beneficios de la cultura. El segundo principio es la distinción en los aspectos del carácter que deben tener las autoridades universitarias, separando estrictamente el aspecto autoridad ejecutiva, del aspecto técnico, que no debe nunca confundirse o mezclarse con el primero. Por último, el tercer principio es la concepción de la Universidad como una comunidad de cultura, es decir, como una comunidad de maestros y alumnos que no persiguen fines antagónicos, sino complementarios, y que se traducen en un fin fundamental, considerado desde dos puntos de vista distintos, pero nunca opuestos: enseñar y aprender.”
El sistema de elecciones atiende a la naturaleza fundamentalmente académica de la UNAM, lo que determina que los nombramientos de sus autoridades no se hagan democráticamente, como en los partidos políticos, sino meritocráticamente, como corresponde a las instituciones de cultura. En otras palabras, la comunidad escoge como sus directivos no a los que obtienen más votos sino a los más capaces para desempeñar sus funciones. La participación de todos los miembros de la universidad sí es democrática, porque está abierta a todos los universitarios, pero no se expresa con votos sino con argumentos y con razones, mientras que la elección se inclina a favor de quienes pueden cumplir mejor con las tareas directivas. ¿A juicio de quién? De la misma comunidad, a través de sus representantes (la Junta de Gobierno), seleccionados otra vez no por su capacidad para juntar votos sino por sus méritos académicos, reconocidos por el Consejo Universitario, responsable de su designación como miembros de la Junta mencionada.
La Ley Caso tiene ya 62 años de establecida y a lo largo de todo ese tiempo ha demostrado contar con los elementos necesarios para garantizar que las elecciones de las autoridades universitarias se lleven a cabo con la participación de todos los miembros interesados de la comunidad y en un clima de tranquilidad y confianza plena en los resultados.
En el año aciago de 1999 ocurrió uno de los mayores problemas que ha enfrentado la UNAM en sus ya próximos 100 años de existencia (nacida en 1910, se cumplen en 2010, junto con el bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución). Usando como pretexto la protesta en contra de un plan del rector Barnés para establecer cuotas de inscripción más elevadas y pagos por servicios especiales para alumnos con posibilidades económicas (lo que había producido la caída del rector Zubirán en 1948), un grupo de “estudiantes” (muchos de ellos en la nómina de la Secretaría de Gobernación) cerraron a la UNAM durante 10 largos meses. El gobierno federal alegó que no podía intervenir para no violar la autonomía universitaria, y ante tal renuncia a las responsabilidades del Ejecutivo de proteger a la Universidad Nacional Autónoma de México de delincuentes políticos, el rector Barnés renunció.
Estas fueron las condiciones en las que, hace 8 años, el Dr. Juan Ramón de la Fuente aceptó el nombramiento de rector de la UNAM. Sus antecedentes universitarios eran excelentes: antes ya había sido coordinador de Investigación Científica y director de la Facultad de Medicina, y en esa época era el secretario de Salud del gobierno federal. Pero la Junta de Gobierno de la UNAM lo llamó para que ayudara a reabrir una institución que llevaba ya 10 meses paralizada, sin desempeñar sus funciones, cerrada e invadida por “estudiantes” de filiación incierta pero claramente no académica. Juan Ramón escuchó la voz doliente de la UNAM y aceptó el reto; dejó la titularidad de la Secretaría de Salud (en donde estaba haciendo un gran papel) y se enfrentó al tigre.
Sin embargo, en sus manos el tigre resultó ser un simple gato. Por medio del diálogo y de la concertación, con argumentos racionales y con firmeza, sin quitar un solo día el dedo del renglón, insistiendo siempre en el carácter nacional de la institución, logró que finalmente las autoridades expulsaran a los “estudiantes” que la tenían cerrada y puso manos a su reapertura y a su renovación. Y lo siguió haciendo durante 8 años, con tal éxito, que ahora que se fue nos dejó una de las 100 mejores universidades de todo el mundo, prestigiada tanto en México como en el extranjero, tranquila y en paz, trabajando y cumpliendo como nunca antes con sus funciones esenciales, que son no sólo la enseñanza, la investigación y la difusión de la cultura, sino también la crítica constructiva
de la sociedad que la sostiene y la promoción de la movilidad social a través de la superación personal basada en la educación. El rector De la Fuente no la tuvo fácil: le tocó contender primero con autoridades federales que habían tolerado (y algunas, patrocinado) el cierre de la UNAM por 10 largos meses, después sobrevivir a un régimen federal más interesado en la educación superior privada que en la pública, evitar (por medio de contactos directos con los legisladores) que la UNAM sufriera los recortes presupuestales incluidos en los proyectos anuales de presupuesto nacional enviados por el Ejecutivo a las cámaras, y al mismo tiempo, sostener la política de la tolerancia a la diversidad dentro de la UNAM. La postura del rector De la Fuente (expresada con su elocuencia característica en una comida ofrecida poco antes de finalizar su encargo, en el Club de Industriales) siempre fue que la coexistencia respetuosa de distintos puntos de vista, que el diálogo entre las partes con diferentes opiniones, cuando ocurre con respeto y con inteligencia, no sólo no complica sino que enriquece y refuerza a la vida universitaria.
Como viejo miembro de la institución, me felicito de que la contienda siempre sea entre distinguidos académicos. En mi opinión, nuestra UNAM siempre saldrá ganando. Pero digo que la tarea de la Junta de Gobierno, al elegir rector para dirigir a nuestra Máxima Casa de Estudios, no ha sido tarea fácil, pues por culpa del rector De la Fuente ha debido insistir en el reconocimiento de la calidad académica como el valor supremo universitario, con la misma dedicación casi mesiánica a esos principios del Dr. De la Fuente.
La Junta
de Gobierno ha elegido ya un nuevo rector, el Dr. José Narro Robles, académico con una amplia experiencia administrativa y una reconocida dedicación universitaria. Su desempeño como director de la Facultad de Medicina, cargo que dejó para ocupar la Rectoría de nuestra Máxima Casa de Estudios, es una garantía de que continuará las líneas generales que trazó Juan Ramón, a las que seguramente agregará otras nuevas que contribuirán a reforzar y engrandecer todavía más a la UNAM. Le deseo muy buena suerte.

*Miembro del Consejo Consultivo de Ciencias de la Presidencia de la República (CCC)
*Profesor Emérito de la Facultad de Medicina de la UNAM
*Miembro de El Colegio Nacional y de la Academia Mexicana de la Lengua

consejo_consultivo_de_ciencias@ccc.gob.mx

 

 

 

Por: Cinna Lomnitz* | Opinión

Miércoles 26 de Diciembre de 2007 | Hora de publicación: 03:22

 

Capital en movimiento

 

En México a veces nos cuesta comprender la cruda realidad que se esconde tras la palabra “pobreza”. Más incomprensible resulta el triste hecho de que en pleno siglo veintiuno existan millones de desprotegidos cuyas vidas están expuestas a desastres naturales sin deberla ni temerla, o transcurren en una lucha diaria por sobrevivir.
Los desastres naturales y de origen humano causan anualmente enormes pérdidas humanas y económicas, en parte debido a problemas de coordinación entre las diversas dependencias del Estado mexicano. Las fuerzas armadas se encargan de la seguridad personal del Presidente de la República mediante un órgano técnico militar denominado Estado Mayor Presidencial. Esa estructura data del año 1824, pero en un Estado del siglo 21 la gran mayoría de las emergencias nacionales son de origen natural o humano, y no necesariamente tienen que ver con la seguridad personal del Presidente. La mayoría de las naciones modernas han instituido un órgano en el ámbito de gabinete, que se ocupa permanentemente de las cuestiones de seguridad nacional. Naturalmente las fuerzas armadas están representadas en este órgano, pero también lo están los institutos que mantienen el orden público, la Secretaría de Relaciones Exteriores, los encargados de la prevención de desastres y los científicos. Las sesiones son presididas por el Mandatario y la función de este órgano de seguridad nacional es asistir y asesorar al Presidente en materia de seguridad nacional y política exterior. Dicho órgano sería el principal mecanismo de coordinación de que dispone el Ejecutivo para unificar y armonizar las políticas entre las diversas dependencias del gobierno en caso de emergencia.
En el caso reciente de las inundaciones que afectaron principalmente al estado de Tabasco, es fácil observar el impacto negativo que ha tenido la falta de coordinación entre dependencias federales, estatales y privadas. La vulnerabilidad de Tabasco a las inundaciones no era un misterio para los especialistas pero no había un plan de emergencia, mucho menos de tipo preventivo. Existen numerosos antecedentes de tipo internacional que podían haberse aplicado con tiempo para la regulación de los ríos Grijalva y Usumacinta. El proyecto denominado Autoridad del Valle del Tennessee, uno de los más conocidos, data de 1933 cuando el presidente Franklin D. Roosevelt firmó la ley correspondiente. Esta empresa descentralizada, similar a nuestra CFE, posee actualmente ingresos propios por 10,000 millones de dólares anuales y es la principal abastecedora de energía eléctrica de Estados Unidos. Es autónoma y autofinanciada, y opera 45 presas, tres plantas nucleares y 11 plantas generadoras a gas. En una década logró domar el río Tennessee gracias a la construcción de un canal navegable, acabó con las inundaciones, y desterró la pobreza de una región económicamente atrasada sumida en el subdesarrollo. Gran parte de la población del estado de Tennessee subsistía con ingresos diarios inferiores a tres pesos mexicanos, y un treinta por ciento padecía malaria.
Hay varios ejemplos similares en el mundo, que podríamos imitar con provecho. Pero es indispensable comenzar a prevenir este tipo de desastres, y no nada más en Tabasco. Yo vivo en el Distrito Federal y me preocupa la posibilidad de un desastre similar o peor, que podría convertir el lema del gobierno local en una siniestra profecía. Me refiero a la posibilidad de que la naturaleza nos obligue a mover la capital del país a otra región. Un reciente informe de la Comisión Nacional del Agua (Conagua) sobre el equilibrio hidrológico en la cuenca del Valle de México, basado en diversos informes del Instituto de Ingeniería de la UNAM, señala que se espera una inundación que abarcaría una zona de 165 km2 (desde Ciudad Azteca hasta la colonia Roma, incluyendo el Centro Histórico, Ciudad Nezahualcóyotl y todo el oriente de la ciudad). Esto se debe a que el promedio anual de lluvia ya supera el total de evaporación y drenaje, y el hundimiento anual de la ciudad en esa zona es de un metro por década. Ya estamos a diez metros por debajo del nivel del lago de Texcoco y la capacidad instalada de bombeo es insuficiente para prevenir una gran inundación.
La inundación de 1629 duró cinco años, en una época en que no se hablaba de cambio climático y la población de la ciudad de México era muy inferior a la actual. Cuando se acabó la inundación quedaban apenas trescientas familias en la ciudad. Hoy estamos hablando de tres millones de refugiados que tendría que atender el DF, nada más de Neza y de la zona oriente. El Zócalo quedaría anegado, como también la zona del Congreso de la Unión. Pero dicho informe de Conagua no considera la posibilidad de que la situación se complique con nuevos desastres —epidemias y sismos— que obligarían al desalojo de los Poderes de la Unión.
Los
desastres son siempre inesperados. Ocurren en el peor momento y de la peor manera. No es cuestión de “mala suerte”: tiene que ver con la etimología misma de desastre. Se trata de una conjunción de factores adversos, que antes se atribuía a los astros. La sabiduría popular insiste en que “si todo va a salir mal, saldrá peor” (Ley de Murphy). Hoy sabemos que los sistemas complejos tienden a degradar fuentes de energía libre, para producir entropía. Se trata de un resultado estadístico, y no siempre sale todo mal: pero nadie se acuerda de las veces cuando todo salió bien. Por eso es necesario estar preparado.
En México podrá no existir actualmente un gran programa de investigación interdisciplinario y científicamente estructurado sobre desastres. Nuestros filósofos se ocupan de cuestiones más profundas. Nuestros militares manejan un excelente plan de emergencias llamado DN-3, que ha comprobado funcionar bastante bien después de un desastre. No se han ocupado de aspectos de prevención. Los sismólogos sabemos que va a ocurrir un sismo importante, y que es probable que afecte a la ciudad de México, pero no existen escenarios detallados que permitan que las autoridades tomen decisiones, que hacen mucha falta.
A mi modo de ver, habría que pensar en un sismo que coincida con una gran inundación en el Distrito Federal. Un temblor con epicentro en Coyuca, magnitud 8, con efectos totalmente diferentes al sismo de 1985, me parece un escenario verosímil para comenzar. El sismo golpearía donde más nos duele, en el abdomen blanduzco de esta ciudad: la Condesa, Zona Rosa, Izazaga, La Merced. Esta vez el Zócalo no se libra. El subsuelo reblandecido por las lluvias nos jugaría una mala pasada.
Según los cálculos publicados por Conagua, en el DF cae 2.5 veces más agua de lluvia de la que se consume, y el 72.6% de la que consumimos se bombea del subsuelo. Estas cifras no me espantan, porque son similares a las que hemos tenido por muchos años. Lo que me preocupa es la falta de alternativas y de matices en la visión de Conagua. La solución que proponen cuesta 48 mil millones de pesos en el curso del presente sexenio. Yo dudo que el proyecto sea el único posible, e incluso pienso que no es el menos caro ni el mejor. Recuerdo muy bien la impresión que tuve a principios de los años setenta al bajar en elevador a la obra del Emisor Central, un viaje de más de quince minutos a una obra faraónica. Había que caminar kilómetros por túneles enormes, entre ríos de agua que se precipitaban desde numerosas grietas en el concreto. Esas filtraciones eran inevitables porque la profundidad era de más de doscientos metros. Existía una tremenda presión hidráulica. Apenas estábamos en la etapa de construcción y los túneles ya hacían agua a raudales. ¿Era la solución más lógica? ¿Por qué tan profundo? Ni pensar en un mantenimiento razonable. ¿No sería mejor revisar las experiencias del pasado antes de recomendar más de lo mismo? El agua se desperdicia sin reflexión ni medida.
El tema debería discutirse en el Consejo Nacional de Seguridad, si es que cabe la participación de científicos.

* Miembro del Consejo Consultivo de Ciencias de la Presidencia de la República (CCC)
* Investigador Emérito del Instituto de Geofísica de la UNAM

 

 

 

 

Por: Luz Elena Cabrera* | Opinión

Miércoles 2 de Enero de 2008 | Hora de publicación: 00:33

 

Hoja de ruta para una nueva etapa

 

En una nación ideal del futuro, bien asentada en una sociedad del conocimiento, se verían académicos y científicos interactuando con todos los actores de los diversos sectores de la sociedad, el público, el privado y el del extranjero afincado en esa nación. Los físicos y biólogos alertarían con oportunidad a los candidatos a puestos de elección de los partidos sobre los efectos previsibles por la aplicación de una u otra tecnología, con miras a integrar el plan que propondrían para su programa político y de gobierno. También se comunicarían los académicos con los industriales extranjeros con intereses económicos en ese país, o con los productores de bienes y servicios locales para la organización de su prospectiva de negocio. Nada remoto sería testimoniar una larga y acalorada discusión sobre planes de construcción de inmobiliarias y constructoras con sociólogos, etnólogos, antropólogos, por mencionar unos cuantos especialistas de distintas ramas, además de sismólogos, ecólogos y otros. Si un cañero, por ejemplo, tuviera dudas sobre la aplicación de una técnica para erradicar una posible endemia sin afectar negativamente su cosecha del dulce, tomaría el teléfono para concertar una cita con un investigador que le resolviera su inquietud, en forma objetiva y sin consideraciones de beneficio personal o institucional.
Así se podrían seguir dando ejemplos de una sociedad del futuro en un mundo casi feliz. Esta visión de una realidad factible, a primera vista, puede sonar a lema comercial o a frases entresacadas de alguna novela de ficción futurista, del tipo de lo que versaban las narraciones de Julio Verne que, actualizado a nuestra época, describiría el día a día de un año 2040, 2060 ó 2198, según el estado actual del mundo del que se partiera.
Miramos hacia adentro de México al inicio de este 2008, lo seguimos viendo en difícil trance, con sus desigualdades casi intactas por siglos; con sus injusticias sociales y jurídicas, que mucho se resisten pero que van cediendo ante la presión ciudadana nacional e internacional; con sus vicios políticos y de corrupción acumulados que persisten casi desde la época colonial; con su frágil educación; con una delincuencia que día a día desmorona y desestabiliza la trama social y familiar; con un sistema de salud de grandes avances médicos, pero que no alcanza a la cobertura total de la población; con tantas otras iniquidades que sumadas arrojan un saldo nacional general de injusticia social.
La primera expresión que surge con nuestros deseos de año nuevo es contribuir para acelerar el camino hacia homogenizar nuestra realidad social, con la urgencia de quien necesita del agua y del aire para vivir. Es apremiante nivelar, acortar las diferencias, no sólo por un impulso de orden moral, por un estado positivo de conciencia social, lo es sobre todo, por la concordia, por el bienestar social, por el crecimiento económico, por la consolidación de la democracia. Nos urge mirarnos a los ojos entre unos y otros sin la sombra ignominiosa de la pobreza, sin la vergüenza que lacera al conocer como testigos casi mudos, que emigran a los Estados Unidos de América, aun a riesgo de la propia vida, casi medio millón de mexicanos afligidos. No deseamos seguir recibiendo la misma vista social cada año nuevo, queremos festejar el fin del año viejo y recibir el año que inicia en una sociedad orgullosa de su desarrollo, de su progreso, de su avance cultural, de sí misma.
En el entorno internacional podemos apreciar diversos ejemplos de países e incluso de conjuntos o bloques de países que por sectores buscan la trama del desarrollo para su crecimiento previsible a partir de proyecciones que consideran una variada gama de escenarios posibles, de acuerdo al comportamiento de variables observadas del pasado a la fecha. En otras palabras, vemos cómo se acude a la prospectiva. Ahora bien, esta prospectiva abreva, por su naturaleza misma, en el consejo de científicos, tecnólogos, industriales, educadores, legisladores, administradores, gobernantes, humanistas, artistas y futurólogos.
Con información recibida desde el conocimiento particular de los expertos propios y de los de otros países, no sólo los gobiernos diseñan sus hojas de ruta, sino que lo hacen también las empresas, los partidos políticos y hasta las instituciones de educación. Las hojas de ruta las preparan tanto para la administración interna como para su interacción con el exterior. Esto se observa, al menos como metodología de trabajo en los llamados países desarrollados, aunque quizás a veces se queden en un conjunto de buenas razones y no lleguen a consolidarse en buenos hechos. Al menos la dinámica de este tipo de trabajo organizacional obliga a la reflexión y la planificación.
Leímos recientemente en la prensa internacional que un físico connotado mundialmente es parte de un grupo de catorce expertos extranjeros que colaboran en el diseño del programa electoral que prepara el partido político del que es miembro el presidente del gobierno de España. Este físico, dio cátedra sobre un tema en particular, la energía nuclear. Ofreció así todo su bagaje científico en este tema para contribuir en el diseño del plan de ruta que proponga ese partido político como propuesta para las siguientes elecciones. Ofreció información privilegiada al presidente del gobierno, en sesión privada, y se explicó ante los integrantes de ese partido. En este escenario limitado al menos dejó una gran riqueza informativa para el acervo de conocimiento que sobre ciencia y tecnología tengan los gobernantes y los dirigentes de un partido. El gobierno de España y su partido político, hoy se apoyan en un consejo de “sabios” para su plan de gobierno y para su propuesta a los votantes. Muy probablemente los otros partidos en España hacen lo propio en estos momentos.
Elevando la mirada de España a su contexto geopolítico leímos también en días pasados la información noticiosa de que en la Unión Europea (UE) se ha abierto un proceso para integrar su “grupo de sabios” que va a definir el papel que jugará esta región en los próximos años. Los jefes de Estado y de Gobierno de los países de la Unión Europea en diciembre de 2007, en su cumbre de Bruselas, integrarían su llamado comité de expertos o “grupo de sabios” que tiene la misión de preparar un informe sobre el futuro de la UE, en el que al menos se marquen los ejes centrales que sean garantía para modernizar su modelo de organización para su progreso económico, su estabilidad social, pero sin abordar políticas específicas en agricultura, energía, migración, presupuesto y sin interferir en el funcionamiento de la UE. El grupo recibirá así su mandato de trabajar por un año con la máxima discreción. El grupo de sabios lo integrarán de diez a doce personalidades del ámbito político y del mundo académico, todas ellas de amplio prestigio y reconocimiento internacional.
En este sentido van los buenos deseos para este nuevo año de México: que se reproduzcan los modelos de recurrir a “los sabios”, escuchar su voz, recibir su bagaje científico y tecnológico asociado a un plan general y a propuestas específicas concretas. Ese es el camino de las sociedades del conocimiento, a cada paso voltear a preguntar: “Y en esto, ¿qué dice la ciencia?” Con información especializada del mayor nivel, poder asociar en el conocimiento a la política, el gobierno, el comercio, la industria, la gestión de la justicia, en fin, la hoja de ruta de México.

Mensaje del Consejo Consultivo de Ciencias

*Secretaria Ejecutiva Adjunta del Consejo Consultivo de Ciencias de la Presidencia de la República (CCC).

consejo_consultivo_de_ciencias@ccc.gob.mx