DR. WOLF LUIS MOCHAN
BACKAL
CENTRO DE CIENCIAS
FISICAS
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTONOMA DE
MEXICO
Presente
Me estoy permitiendo hacerle llegar el artículo
escrito por nuestro consejero, Dr. Octavio Paredes López, en colaboración con
el Dr. Juan Pablo Martínez Soriano, investigador del Cinvestav-IPN Irapuato, titulado
“Sin agave no hay tequila, ¿y felicidad?”, publicado el día de hoy, en la sección Opinión del periódico La Crónica
de Hoy.
Aprovecho la ocasión para enviarle un cordial saludo.
Atentamente,
Luz Elena Cabrera Cuarón
Secretaria Ejecutiva Adjunta
Consejo Consultivo de
Ciencias de la
Presidencia de la República (CCC)
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Por: Octavio Paredes
López*/Juan Pablo Martínez Soriano** | Opinión
Miércoles
19 de Noviembre de 2008 | Hora de publicación: 02:00


Sin agave no hay tequila, ¿y felicidad?
El tequila es considerado la bebida
emblemática de nuestro país, cuya producción podría verse mermada de manera
importante si así lo hiciera la materia prima esencial para su obtención, el
agave azul (Agave tequilana Weber, variedad azul); por cierto, esta planta es
una belleza ecológica, ya que puede desarrollarse en condiciones ambientales
adversas como suelos pobres y con pendientes elevadas, minimizando la erosión,
y baja disponibilidad de agua. Sin embargo, desde hace aproximadamente 10 años
el problema de las plagas y enfermedades que atacan a esta planta se ha
agudizado dramáticamente, pues el maguey tequilero, única planta que produce
tequila, está siendo afectado notablemente por hongos y bacterias. Actualmente
se ha encontrado que de un total de 168 mil hectáreas sembradas de agave en la
zona de denominación de origen (cinco estados, siendo el principal el de
Jalisco) cerca del 30% tiene algún grado de enfermedad, por lo que actualmente
decenas de millones de plantas se encuentran afectadas, causando pérdidas
francamente muy elevadas.
Los efectos económicos directos
provocados por estas enfermedades todavía no son perceptibles en su totalidad y
las restricciones de movimiento territorial de materiales dificulta la
comercialización, el mejoramiento genético e incrementa los costos de
operación, entre otros. Un aspecto importante es que algunas enfermedades
tardan tiempo en expresarse, como la pudrición del tallo y raíz, que
generalmente aparece cuando la planta tiene tres años de edad en adelante,
tiempo en el que el agricultor invirtió trabajo y dinero.
El agave azul es cultivado para abastecer una demanda anual de casi 994 mil
toneladas de agave para la producción de alrededor de 284 millones de litros de
tequila (40% de alcohol), equivalentes a aproximadamente 55 millones de plantas
con piñas de 18 kilos cada una; esto equivale a utilizar no menos de 15 mil
hectáreas por año. Cada piña tiene un precio para el productor de tequila entre
1.5 y tres pesos por kilogramo; así, el escenario de pérdidas para el
agricultor y para la empresa tequilera es muy cuantioso y podría serlo más en
el futuro. Según la
Cámara Nacional de la Industria Tequilera,
existen 137 empresas con 854 marcas registradas.
Al fenómeno sobresaliente del tequila le acompaña un incremento sustancial del
uso de agroquímicos, mayores costos de producción y la disminución del número
de cultivos de agave, entre otros aspectos de impacto ecológico. La principal
enfermedad del agave ha recibido diferentes nombres, como acigarramiento,
encarrujamiento, pudrición del tallo, fusariosis y ha sido denominado también
como “sida del agave”. Este último es el menos adecuado, ya que las
plantas no tienen sistema inmunológico, la enfermedad no es causada por un
virus ni es trasmitida sexualmente.
El agave azul tiene un ciclo de vida largo, ya que alcanza la madurez entre los
ocho y los 12 años de edad, cuando florece y produce semillas, pero el
productor para evitar el alargamiento de los tiempos en la producción lo
propaga por medio de “hijuelos”. Esta forma de multiplicación ha
sido practicada desde hace siglos, por lo que las plantas actuales son
idénticas a las que cultivaban nuestros antepasados; no han cambiado
prácticamente un ápice, por lo que actualmente existe una enorme uniformidad
genética. Una de las principales ventajas de esta uniformidad consiste en que
permite preservar la calidad del tequila al provenir de plantas homogéneas y,
por el contrario, la mayor desventaja es que todas las plantas poseen la misma
susceptibilidad a plagas y enfermedades. Esto implica que en un momento dado un
patógeno puede infectar y avanzar planta a planta a una velocidad que es
directamente proporcional a la agresividad del parásito. En otras palabras, si
el cultivo es muy homogéneo y el patógeno muy agresivo, la devastación del
cultivo es inminente.
La pudrición del tallo es ocasionada por el Fusarium oxysporum, un hongo que se
desarrolla contaminando el suelo donde se siembra la planta y desde donde
infecta a la raíz; avanza lentamente destruyendo el tejido vegetal y llega a
alcanzar la base del tallo. Debido a que el hongo no es muy agresivo, la planta
tiene tiempo de reaccionar produciendo más raíces que reemplazarán a las que
han sido afectadas. Debido a esto, el daño o los síntomas no son percibidos
sino hasta que el hongo ha invadido grandes cantidades de tejido.
Una planta sana de agave se caracteriza por su color azulado cenizo y pencas
erectas y abiertas; en cambio, una planta enferma refleja pérdida del color
típico por el verde amarillento violáceo de las pencas, que posteriormente se
enrollan. Cuando la enfermedad está más avanzada las hojas se secan, el tallo
utilizado en la producción del tequila se pudre y finalmente la planta muere.
Si la enfermedad llega a detectarse en forma visual el desarrollo del hongo es
tal que la muerte de la planta es inevitable. Un aspecto importante que cabe
destacar es que una planta enferma puede no mostrar ningún síntoma y de esta
forma favorecer la epidemia debido a que la enfermedad puede ser fácilmente
establecida en un campo si la “semilla” (hijuelo) está infectada.
La pudrición provocada por el Fusarium es una enfermedad difícil de controlar,
debido a que una sola infección de una planta por pocas esporas es suficiente
para introducir al patógeno en ella (en la que se desarrolla y propaga
internamente); esto hace que la prevención de la infección y su posterior
control con fungicidas de contacto sea realmente difícil. Asimismo, el hecho de
que el hongo pueda sobrevivir saprófitamente (capacidad para alimentarse de
sustratos degradados) en un terreno de cultivo casi por tiempo indefinido hace
que su control mediante la rotación de cultivos y otras prácticas agronómicas sea
ineficaz. El daño económico ocasionado por el Fusarium a la producción de
agaves es importante, sin embargo, el hongo no es un patógeno tan agresivo, ya
que aunque la destrucción por la enfermedad es espectacular el avance ha sido
relativamente lento, pues las plantas infectadas pueden permanecer sin síntomas
por meses o años, sin embargo, invariablemente enferman y mueren. Los agaves
que están muriendo hoy no se enfermaron ayer, sino tal vez fueron infectados
hace muchos meses o quizá años. La implicación de esto es importante: poco
podemos hacer por las plantas enfermas, pero sí podemos hacer mucho por las
plantas que aún no son infectadas.
Hasta hace algunos años se consideraba que el método más confiable para el
diagnóstico de una enfermedad infecciosa se basaba en el aislamiento e
identificación del agente biológico, pero estos procedimientos son lentos (uno
a tres meses), tediosos e imprácticos. Así que, considerando dichas limitantes,
podemos asumir que una cantidad importante de plantas portadoras del Fusarium
pasan desapercibidas como focos de infección. Así, el incremento en la
mortalidad de plantas sigue siendo notable, como se mencionó antes, y refleja
la falta sostenida de investigación sobre la detección, caracterización y
control del patógeno involucrado. He ahí la importancia de las tecnologías
moleculares desarrolladas en algunos laboratorios como el de uno de los autores
(J.P. Martínez-Soriano), que ahora son herramientas imprescindibles en la
detección y caracterización del patógeno. Estas técnicas moleculares son
extremadamente específicas, rápidas y con un alto poder de resolución, lo que
permite detectar al patógeno en agaves enfermos que aún no presentan síntomas.
El cultivo del agave ha entrado en una etapa diferente y por lo tanto algunas
prácticas agronómicas han sido modificadas para satisfacer la demanda del
mercado. Muchos agricultores han aumentado el número de plantas por hectárea,
han comenzado a utilizar agroquímicos en forma generalizada, como insecticidas,
fungicidas y fertilizantes. Esto, sin duda, ha cambiado las condiciones del
suelo como pH, nutrientes, salinidad, etcétera, y por lo tanto ha modificado
sustancialmente las poblaciones de microorganismos benéficos, entre otros.
Es obvio que la forma en que se cultiva actualmente el agave azul no regresará
a la forma en que se realizaba hasta hace pocos años; por el contrario, la
búsqueda de estrategias más productivas y eficientes continuará. Entonces,
¿donde está la solución? La solución pudiera ser tan simple como un cambio de
pH del suelo o tan sofisticada como la generación de una planta más resistente
y con atributos adicionales de calidad mediante técnicas de mejoramiento
genético.
Una cosa es segura: la clave está en la investigación. El camino puede ser
largo, pero los primeros pasos están dados. El Consejo Regulador del Tequila,
con apoyos gubernamentales –estatales y federales– y privados, ha
establecido sistemas de apoyo científico y técnico para afrontar el problema y
los retos actuales; sin embargo, definitivamente hace falta activar más la
marcha. Como bien dicen los campesinos del sector, “sin agave no hay
tequila”, y añadiríamos que ello podría afectar hasta el placer de los
consumidores racionales de aquí y acullá. Salud.
*Dr. Octavio Paredes López, Investigador del
Cinvestav-IPN Irapuato, miembro de la
Junta de Gobierno de la UNAM y del Consejo Consultivo de Ciencias de la Presidencia de la República (CCC)
consejo_consultivo_de_ciencias@ccc.gob.mx
**Dr. Juan Pablo Martínez-Soriano,
investigador del Cinvestav-IPN Irapuato