DR. WOLF LUIS MOCHAN
BACKAL
CENTRO DE CIENCIAS
FISICAS
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTONOMA DE
MEXICO
Presente
Me
estoy permitiendo hacerle llegar el artículo escrito por nuestro consejero, Dr.
Marcelino Cereijido M., titulado “Hoy el creacionismo genera miseria”,
publicado el día de hoy, en la sección Opinión
del periódico La Crónica de Hoy.
Aprovecho la ocasión para enviarle un cordial saludo.
Atentamente,
Luz Elena Cabrera Cuarón
Secretaria Ejecutiva Adjunta
Consejo Consultivo de
Ciencias de la
Presidencia de la
República (CCC)
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Por: Dr. Marcelino
Cereijido | Opinión
Miércoles
21 de Mayo de 2008 | Hora de publicación: 03:52
Hoy el creacionismo
genera miseria
Dije antes que la ignorancia sume al
hombre en la angustia y la mayor de todas es la relacionada con su destino
postmortem. Esa tremenda angustia nos es calmada por nuestra cultura cuando nos
asegura que vendrá Anubis para llevar nuestra alma en una barca por el Nilo, o,
si hemos sido piadosos, obedecimos los mandamientos y rezamos, iremos a parar
al Paraíso o al Infierno. No hubo civilización sin religión, y el núcleo
central de todas las religiones contiene como elemento fundamental
“explicarnos” nuestro destino postmortem, con que logra mitigar
nuestra desesperación.
En cambio la ciencia sólo se ocupa de las poquísimas cosas que va capacitándose
para entender. Karl Popper opinaba que una pregunta sólo puede considerarse
científica cuando se puede hacer algo por contestarla. Recién en nuestra
generación —o sea, hace menos de treinta años— la ciencia comenzó a
aprender sobre la apoptosis (muerte celular programada genéticamente), por qué
las especies tienen una muerte asegurada en un plazo característico (un ratón
vive 2 años, un elefante 50). De todas maneras es imposible quitarnos a golpe
de razonamiento las nociones y hábitos que no hemos adquirido a través de la
razón; sería como esperar curarnos del tabaquismo con sólo mostrarnos tablas
médicas con sus consecuencias. Y al revés, no es imprescindible que la razón se
esmere en cambiar a un organismo que fue construido y que funciona
inconscientemente.
Con sus aseveraciones que asemejan razones, tañen cuerdas tradicionales y
apelan a vehículos emocionales (inhalar incienso, ayunar, sumergir al feligrés
en vibrantes y poderosas músicas, arquitecturas añejas, ropajes estrambóticos,
actitudes hesicásticas), las religiones consiguen hacer algo por atenuar
angustias. Las religiones aún no han sido superadas en mitigar ciertas angustias
ancestrales, y por lo tanto siguen teniendo un papel insustituible en
reconfortar al creyente.
Dicen que toda necesidad genera un mercado. Vivimos de las necesidades ajenas,
¿necesita que le curen?, surgirán médicos y toda una industria médico-farmacéutica.
Necesidades o antojos, se constituyen en tareas, mercados, profesiones. Dado
que todos tenemos angustia de pasaje, resulta comprensible que hayan surgido
sacerdotes. Para forjar sus modelos e interpretaciones, los sacerdotes
analizaban sueños, ponían vírgenes sobre trípodes bajo los cuales hervían
yerbas aromáticas que esfumaban un tanto la censura de la razón de aquellas
chicas, las ponía en trances de captar o imaginar otras variables. Luego el
adivino apelaba a cuanta señal pudiera traer a colación para hallar claves e
interpretaciones pues, literalmente, le iba la vida en ello.
Reuniendo lo racional, lo emocional, lo ético y lo estético, las religiones han
ofrecido explicaciones plausibles del Universo, que incluyen por supuesto el
origen y destino de los seres humanos. Al ofrecer los medios (plegarias,
ofrendas, rituales) para tratar con los dioses, lograron calmar las ansiedades
relacionadas con los pasajes críticos de la vida, incluyendo el matrimonio, el
nacimiento, la entrada en batalla y la muerte. Dado que todos estos son asuntos humanos
comunes y perennes, resulta obvio que, incluso en nuestro tiempo, esta
humanidad creyente, no pueda por ahora vivir sin fe.
Las religiones han sido sometidas a una institucionalización progresiva que
alcanzó su apogeo hace milenios. Más tarde, los gobiernos se fueron apartando
en forma progresiva de la religión institucionalizada, a excepción del Islam
que comprende una proporción muy grande de seres humanos y donde Estado y
religión es una misma cosa. Los gobiernos que sí se apartaron de la religión
institucionalizada lo hicieron quitándole poder, en numerosos casos
eliminándola de las ceremonias oficiales y, en muy pocas otras, entrando en
abierta hostilidad al punto que los ritos llegaron a adquirir un tinte
subversivo. Salvo en este último caso, las religiones institucionalizadas se
mantienen visibles en calidad de guardianes de las tradiciones, papel que
refuerza su asociación con los círculos conservadores y que debe haber
contribuido al estancamiento de sus estructuras. Las religiones
institucionalizadas pasan momentos difíciles para eliminar a los místicos que
brotan dentro de su misma grey, y a reformadores que informan a la jerarquía de
los reclamos de los humildes, trabajadores, pensadores, mujeres. Los países
nórdicos europeos que estaban territorialmente alejados del poder central,
pudieron protestar, ganaron libertad para indagar, descreer y deshacerse de
supuestas reliquias, que frecuentemente les habían dado los turcos a condición
de que levantaran el cerco a sus ciudades sitiadas por ejércitos cristianos. La
depuración de sus creencias les permitió progresar, y el resultado fue tan
importante, que los transformaron en Primer Mundo.
El creacionismo concibe el universo creado por dioses que le dieron desde el
principio su forma actual. Pero la ciencia entiende que el Universo y todo lo
que contiene, incluyendo los seres humanos, resulta del desenvolvimiento de la
energía y la materia procedente de (probablemente) un big bang que hizo surgir
partículas, y después átomos, galaxias, planetas, vida, cultura e
historiografía.
En el proceso de perfeccionar un modelo teórico tan poderoso, los
evolucionistas se han visto necesitados de introducir cambios drásticos en las
ideas tradicionales referentes a la edad del Universo, la forma de la Tierra y
la naturaleza de los organismos vivientes, entre otras. Eliminaron de cuajo
muchos de los principios centrales del judaísmo y el cristianismo, como la
autoridad de la Biblia, la historia de la Creación, la expulsión del Paraíso de
Adán y Eva y, en forma correlativa, la redención por Cristo, la influencia
divina sobre el mundo, la creencia en una humanidad hecha a imagen y semejanza
de Dios, la fundación de la moral sobre un orden divino, etc.
A los científicos no nos hace ninguna gracia que alguien venga a demoler
nuestros esquemas conceptuales, el eje de nuestro trabajo a golpe de
evidencias, razonamientos y demostraciones; a los religiosos tampoco les
agradaba que los dioses del enemigo fueran más poderosos. A quien menos gracia
le hacía era al sumo sacerdote que por regla general era sacrificado. La
ciencia moderna, sin necesariamente proponérselo, fue destruyendo la base de
razón y coherencia de los modelos explicativos religiosos. Los científicos
explicaban mareas, oleajes, tormentas y corrientes, y Neptuno perdía su chamba.
Una poderosa navaja de Ockham fue podando las deidades de los modelos
explicativos de la
realidad. Luego para la ciencia lo desconocido no tiene nada
de sagrado: es ignorancia a secas. Tampoco esta perspectiva es muy promisoria
para los sacerdotes. Einstein declaró que la propiedad del Universo que más lo
fascinaba era su comprensibilidad, el hecho de que tarde o temprano, cuando
algo se entiende pasa a hacer juego coherentemente con el patrimonio cognitivo
de la ciencia, aunque muchos de los misterios (ignorancias) aparezcan por el
momento como problemas duros de roer.
En nuestros días los neurobiólogos están tratando de descifrar la interfase
mente/cerebro. Muchos de los fenómenos, trances, visiones de personajes
místicos hoy están pasando a explicarse en términos de un exceso de GABA, una
deficiencia en glutamato, una isquemia de cierta área del cerebro. Para colmo,
si acaso la ciencia, toda su comunidad, de pronto descubre que tal concepto o
demostración estaban fundados en un artefacto, un error, una suposición falsa,
va y reforma de raíz sus ideas, pues en la ciencia no hay verdades (dogmas),
todo lo que dice en un momento dado es lo mejor que puede decir al respecto;
las así llamadas “verdades científicas” son “verdades
provisorias”. En cambio a las religiones no les resulta fácil hacerlo,
pues ellas sí admiten dogmas. Si un Premio Nobel declarara ser infalible, sería
tomado como signo de que se le está arruinando la croqueta, en cambio un Papa
puede declarar su infalibilidad con bombos y platillos.
Pero los sacerdotes, como los políticos, no escuchan razones: cuentan cabezas.
Bacon habrá declarado que “El conocimiento es poder”, pero es como
si un Ayatola, un Papa, un gran Rabino le replicaran “Sí don Francisco
¿pero ha advertido usted el poder que otorga la ignorancia? Compare usted el
número de agnósticos con el de religiosos”. Pero en contra de lo que
afirma el vulgo, la ciencia no se propone destruir la religión, sólo se interesa
por lo que incorpora a su propio cuerpo de conocimientos. Hoy la ciencia no se
lanza a refregarle por la nariz a un cardenal que le están salvando la vida
gracias a una oportuna cirugía de próstata, a la remoción de un trombo de una
coronaria, y que por lo tanto vive gracias al conocimiento logrado por
anatomistas que acaso su institución una vez quemó en la pira.
*Profesor Titular del Departamento de Fisiología, Biofísica y
Neurociencias, Cinvestav
*Miembro del Consejo Consultivo de Ciencias de la Presidencia de la República
(CCC)
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