DR. WOLF LUIS MOCHAN
BACKAL
CENTRO DE CIENCIAS
FISICAS
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTONOMA DE
MEXICO
Presente
Me
estoy permitiendo hacerle llegar otro artículo escrito por nuestro consejero,
Dr. Marcelino Cereijido M., titulado “Misterios y sensatez”,
publicado el día de hoy, en la sección Opinión
del periódico La Crónica de Hoy.
Aprovecho la ocasión para enviarle un cordial saludo.
Atentamente,
Luz Elena Cabrera Cuarón
Secretaria Ejecutiva Adjunta
Consejo Consultivo de
Ciencias de la
Presidencia de la
República (CCC)
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Por:
Dr. Marcelino Cereijido* | Opinión
Miércoles 28 de Mayo de 2008 | Hora de publicación: 03:13
Misterios
y sensatez
Puesto que las
religiones y la ciencia discrepan en su manera de concebir la realidad, debería
existir un diálogo franco e intenso entre ambos, semejante al que se produce
cuando dos escuelas científicas tratan de ponerse de acuerdo. De hecho algunos
científicos han propuesto un diálogo ciencia/religión (e.g. S.J. Gould). Sin
embargo no parece factible, dado que el misterio constituye una de las nociones
principales de la teología cristiana, es tomado como verdad (veritas
abscondita) y no es compatible con el conocimiento racional (i.e. con la episteme
de Platón y Aristóteles o la ciencia de los agnósticos). El misterio requiere
ignorancia (la docta ignorantia de la Edad Media). De acuerdo con Tomás de Aquino, los
misterios no pueden ser percibidos con los sentidos sino sólo con la fe apoyada
en la autoridad de Dios. Puede uno argüir que las ideas medievales no son
necesariamente válidas en nuestro tiempo. No obstante el 8 de diciembre de
1864, el papa Pío IX promulgó la encíclica Quanta Cura,
con un Syllabus añadido, en la que condena cualquier intento de reconciliarse
con el progreso derivado de la ciencia moderna. En fecha más reciente, el papa
Paulo VI (1963-1978) declaró: “[La Iglesia] no puede tolerar que una
persona atente a placer contra las normas que el Concilio Tridentino ha propuesto
para la fe en el misterio de la eucaristía”. Quiere decir que los
católicos romanos deben negar lo que ven y entienden a favor de lo que deberían
ver y entender. Dicho en otras palabras, los católicos romanos no pueden ser
verdaderos científicos, porque dada una “verdad” proclamada por la
Iglesia, deberán aceptarla, así no puedan insertarla en el cuerpo de
conocimientos científicos. Por eso, en diciembre de 1999, la American Geophysical
Union denunció la enseñanza del creacionismo, e hizo un
llamado a que los científicos se comprometan políticamente en un movimiento por
promover la enseñanza del evolucionismo.
Lejos de propiciar dicho diálogo, los religiosos tienden a boicotearlo. Así, en
1994, las mujeres se reunieron en El Cairo en un congreso patrocinado por Naciones
Unidas para discutir la igualdad, la violencia intrafamiliar, aborto, religión
y derechos sexuales. Las intervenciones del Vaticano fueron tan agresivas que
distrajeron la atención de esos temas importantes, en especial de las preguntas
acerca de la manera en que el crecimiento rápido de la población causa el
empobrecimiento de los estados más pobres entre los pobres. Un editorial de la revista Nature
preguntaba si la Santa Sede
se había convertido en una organización no gubernamental y, de ser así, si
debería “registrarse simplemente como una ONG en reuniones futuras, un
grupo de presión con estatuto de observadora, pero sin licencia para
interrumpir” (sic).
Pero un cosa es limpiar nuestra concepción del mundo de antiguallas y falsas
concepciones, y otra muy distinta desmerecer la enorme importancia que tuvieron
las religiones en el desarrollo de la ciencia. Los científicos tomamos el conocimiento
como un producto de una evolución: sin las concepciones religiosas del pasado
hoy no tendríamos ciencia. Desconocer el papel de las religiones equivaldría a
denostar a los padres de la química y de la alquimia porque creyeron en el
origen divino de algunos elementos, el flogisto, etcétera.
Como el ser humano ha hecho del conocer su herramienta fundamental en la lucha
por la vida, el creer que sabe lo calma. Se sosiega al convencerse de que los
misterios son sagrados, que Dios los conoce y maneja, y que dado que el
feligrés cumple los preceptos que le inculcó su cultura, dicha deidad está de
su lado.
Aprovechando la fascinación de la gente ante el misterio, al punto de que las
religiones lo consideran sagrado, los medios de comunicación masiva recurren a
la “ignorancia aplicada” es decir, ruido y escoria cognitiva
impuesta a drede para inutilizar el intelecto humano. Declaran impunemente que
algo es un “misterio imposible de ser comprendido por la ciencia”,
cuando es apenas algo que la ciencia todavía no ha logrado explicar. De hecho
los religiosos jamás han logrado demostrar una sola de esas “imposibilidades”
que le atribuyen a la
ciencia. El negocio de venderle misterios al analfabeto
científico es tan pingüe, que la industria de la ignorancia aplicada inventa
falsos misterios que inyecta a cuestiones que, de hecho, están suficientemente
aclaradas. Hace un par de años, un documental televisivo sobre la derrota que la Unión Soviética
infligió a Alemania durante la Segunda Guerra Mundial
(excelentes así y todo), la atribuyó a que “Las brujas que había
convocado el Führer en su refugio veraniego de Berteschgaden, resultaron
vencidas por fuerzas más poderosas que Stalin había heredado de
Rasputin”. En diciembre de 1992, el sacerdote Xavier Escalada, que solía
ofrecer lo que él llamaba “demostración científica del fenómeno
guadalupano”, declaró: “La Virgen de Guadalupe está muy preocupada
por los mexicanos que estamos
creando”. Ninguno de mis doctos colegas osó preguntarle cómo lo sabía.
La vida de los pueblos depende en forma crucial del momento en que siembran,
riegan, cosechan, cazan, migran los pájaros, llegan los cardúmenes, se
reproducen los animales, nieva, llueve. Si sembraran en el momento erróneo
morirían de hambre. Pero he aquí que estos momentos no caen anualmente en
fechas exactas, por la sencilla razón de que la duración del año no coincide
regularmente con ellas. Por eso los sacerdotes recurren a agregar o quitar
días, por ejemplo la Pascua judía no cae siempre el 3 de abril ni la Navidad en
domingo. Por eso es que así como los paleocristianos fueron quitando
requerimientos que molestaban la conversión al cristianismo (ej. la
circuncisión, prohibición de venerar imágenes), fueron reintroduciendo deidades
paganas del panteón greco-romano, trastocadas ahora en vírgenes, santos y
festividades cristianas.
Mucha gente que habita actualmente en pueblos remotos, no conoce siquiera el
concepto de “religión” y hasta carece de una palabra especial para
designarla. Una vez que se les explica este concepto y lo entienden, siguen
declarando llanamente no ser religiosos. “¿Por qué entonces –podríamos
insistir– se atan un listón rojo en la cabeza cuando se casan, bailan así
o de otro modo?” “Precisamente, responderían, porque en eso
consiste el casarse”. En cierto modo, preguntar a estas personas acerca
de su religión, es como preguntarles si están escasos de molibdeno: simplemente
no saben qué es el molibdeno, ni aún si padecieran gravemente su falta.
La capacidad de conocer mejora las chances de sobrevivir. De hecho, la historia
de la humanidad muestra un continuo perfeccionamiento de nuestros modelos
explicativos de la
realidad. Por eso resulta curioso que la mitología de los
diversos pueblos esté llena de ejemplos en los que el deseo de conocer y la
curiosidad son castigados severamente: Eva condenó a todo el género humano por
comer del Árbol de la Sabiduría. “Porque me has visto, Tomás, creíste;
bienaventurados los que no vieron y creyeron”, amonestó Jesús a Tomás
(Juan 20:29). Y así con Orfeo, Prometeo, Pandora, Irit (mujer de Lot). Esto
señala una discrepancia fundamental entre la religión y la ciencia: en tanto
que la primera recompensa la fe ciega, la segunda valora la duda y la indagación.
Finalmente: si Dios deseaba que alguien supiera algo, ya se
lo revelaría. En cambio si hoy un matemático no se esforzara en demostrar
cierto teorema, sino que afirmara que es así porque se lo reveló San Fermat
Obispo, seguramente perdería su chamba.
Un resumen de todo esto sería: los modelos religiosos de la realidad y el
científico surgen en dos momentos. No antagonizan hoy sino que se suceden en el
tiempo. En todo lo que ya puede ocuparse la ciencia, supera increíblemente a
los religiosos. Piénsese en la capacidad de predecir: la ciencia envía un
artefacto a Saturno, que tomará fotos de los anillos dentro de ocho años en un
momento exacto, o su capacidad para imaginar lo que sucedió hace 13 mil 700
millones de años, tres minutos después de la Gran Explosión. Con
todo, hay cosas que las religiones pueden y la ciencia no. Me refiero al
conferir un sentido a la vida, otro a la muerte, confortar angustias
ancestrales, etcétera. Esto no confiere a las religiones el derecho de bloquear
el desarrollo de una cultura compatible con la ciencia.
*Profesor Titular del Departamento de Fisiología, Biofísica y
Neurociencias, Cinvestav
*Miembro del Consejo Consultivo de Ciencias de la Presidencia de la República
(CCC)
consejo_consultivo_de_ciencias@ccc.gob.mx