DR. WOLF LUIS MOCHAN
BACKAL
CENTRO DE CIENCIAS
FISICAS
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTONOMA DE
MEXICO
Presente
Me estoy permitiendo hacerle llegar el artículo
escrito por nuestro consejero, Dr. Pablo Latapí Sarre, titulado “Ciencia
y fe: una visión alternativa”, publicado el día de hoy, en la sección Opinión del periódico La
Crónica de Hoy.
Aprovecho la ocasión para enviarle un cordial saludo.
Atentamente,
Luz Elena Cabrera Cuarón
Secretaria Ejecutiva Adjunta
Consejo Consultivo de
Ciencias de la
Presidencia de la
República (CCC)
San Francisco No. 1626-305
Col. Del Valle
Delegación Benito Juárez
03100 México, D.F.
Teléfonos
(52 55) 5524-4558, 5524-9009
y 5534-2112
lecabrera@ccc.gob.mx
correo@ccc.gob.mx
http://www.ccc.gob.mx
Por: Dr. Pablo Latapí
Sarre | Opinión
Miércoles
25 de Junio de 2008 | Hora de publicación: 03:27
Ciencia y fe: una visión
alternativa
En este mismo espacio se publicaron
recientemente varios artículos sobre la relación entre el pensamiento
científico y la fe religiosa. Mi reacción fue de asombro; un doble asombro. En
ellos se presentaba una visión de la ciencia que yo creía superada desde hacía
50 años: una ciencia arrogante, tan confiada en la razón que asegura que nos
liberará progresivamente de nuestras ignorancias, de modo que acabará por
extinguir las religiones (mi primer asombro). Por otro lado, me pareció que en
esos artículos aparecía (segundo asombro) una visión del hecho religioso y de
las religiones, propia del racionalismo decimonónico, que recurría a
estereotipos de iglesias, dogmas, sacerdotes y prácticas religiosas que rayan
en la caricatura.
Ambos asombros me movieron a presentar aquí una visión alternativa. Soy una
persona profundamente religiosa, a la vez que un científico que toma muy en
serio las ciencias —las humanas, las sociales, las naturales y las
llamadas (antiguamente) exactas—. Ambas formas de conocimiento han estado
en diálogo dentro de mí desde mi adolescencia, increpándose a veces, otras
veces conciliándose, pero siempre tratando de ser honestas respecto a sus
respectivos alcances, su validez y su significado. He seguido, sin ser
especialista, los avances maravillosos de algunas ciencias, sintiéndome
orgulloso de sus logros; también he cuestionado las bases epistemológicas de la
indagación científica y su incapacidad para abordar, por sí misma, las
preguntas “últimas” que todos los seres humanos nos planteamos. Por
otro lado, tomo en serio mi fe religiosa; fui formado durante 35 años en una
Orden (la Compañía de Jesús) que se precia de estar abierta y respetar el
pensamiento contemporáneo, que indaga el hecho religioso no sólo como fenómeno
cultural históricamente persistente, sino como realidad inquietante en la
mayoría de los seres humanos, también los del presente. Fui educado también
para “orar”, es decir, para predisponer mi espíritu para “experimentar
a Dios”, percibiendo los silencios interiores, y para intentar construir
las condiciones adecuadas para comunicarme con ese ser misterioso. Baste esto
como introducción.
En mi visión alternativa —que no pretende polemizar con nadie—
considero que el pensamiento científico hoy predominante está ya muy lejos de
la perspectiva autosuficiente propia de los “padres” de la ciencia
moderna: Bacon (1561-1626), Descartes (1596-1650) y Newton (1642-1727). En su
cosmovisión mecanicista y en su concepción de “la razón”, Dios no
era necesario en este mundo; si existía, tendría que estar en otro orden de
existencia que nos era inaccesible; había que constituir a nuestra razón en el
único recurso para explicarnos lo que somos y lo que es el universo. Desde
entonces se inició la oposición ciencia-religión, especie de esquizofrenia que
separaba el mundo material y el mundo espiritual y mostraba como
irreconciliables dos modos de conocer.
Esta cosmovisión mecanicista empezó a ser desmantelada por Einstein. La física
cuántica y sus hipótesis fueron estableciendo hechos intrigantes: la
convertibilidad de energía y materia, la indeterminación inescapable
(Heisenberg) porque nuestro conocimiento altera la realidad, el “salto
cuántico” (Bohr) por el que los electrones pueden saltar de una órbita a
otra sin pasar por el espacio entre ambas, etc. Algunos científicos llegan a
afirmar que la realidad no existe o es radicalmente
“irrepresentable” (“las ondas de luz no existen realmente; no
son más que ondas de saber”), y que por tanto ningún modelo conformado
según nuestra experiencia a gran escala puede ser
“verdadero”.—en, Schrödinger, Erwin, Ciencia y humanismo,
Tusquets, México, 1988, pp. 36 y 55—. Nuestro concepto de
“objeto” y nuestra concepción de “conocimiento” han
quedado profundamente cuestionados: no sólo el concepto de realidad se difumina
sino también el de identidad y, por ende, el de causalidad, fundamento de la
ciencia.
El desarrollo científico de las últimas décadas nos ha conducido a otro modo de
ver el mundo y a otra concepción de lo que es la propia ciencia: un
acercamiento siempre tentativo, siempre provisional, a una realidad cuyo
constitutivo último ignoramos.
Y aún hay más: las recientes investigaciones del mundo subatómico han
comprobado que predomina el “vacío cuántico”: el 90% de cualquier
átomo es espacio vacío, vacío de todo, inclusive del antiguo
“éter”; más aún, las partículas que parecen girar dentro del átomo
surgen de esa nada y vuelven a desaparecer en ella. “Las partículas
elementales —afirma un cosmólogo matemático— emergen del vacío...;
este es el sencillo e impresionante descubrimiento; (...) en la base del
universo hierve la creatividad”. (Swimme,
Brian, The Hidden Heart of the Cosmos: Humanity and the New Story,
Orbis-Maryknoll, N. York, 1996, pp. 93). Y se expresa como
un místico: “Empleo la expresión ‘abismo que lo nutre todo’
como una manera de señalar este misterio que está en la base del ser”
(subrayado mío). Sorprende la similitud de estas afirmaciones con las de los
Vedas, las Upanisads y los místicos orientales. Conclusión de todo esto: el
universo está lejos de ser “explicado” como imaginábamos antes de
Einstein; tampoco es una realidad que vamos “conociendo”, en
sentido riguroso, por la ciencia; lo que vamos conociendo es que lo
desconocemos.
Análogas sorpresas nos ha deparado la investigación astronómica, a partir de la
teoría del Big Bang y de los cálculos de Hubble (1889-1953): las cerca de
140,000 galaxias de que tenemos noticia se están alejando unas de otras a una
velocidad cada vez mayor. Miles de científicos están tratando de rastrear los
sucesivos pasos de esta expansión desde la primera gran explosión de energía
(o, si se quiere, desde el “rebote” que sucedió a una retracción):
cómo se desarrollaron las partículas, gases, estrellas, supernovas, galaxias,
etc., hasta llegar a nuestro pequeño planeta Tierra y, en ésta, cómo surgió y
evolucionó la vida y la vida consciente. En esta “nueva cosmología”
los científicos afirman que no hay espacio fuera de este universo ni hubo
tiempo antes del Big Bang; ambos se crean a medida que el universo se expande.
Uno de ellos (J.B.S. Haldane) llega a afirmar: “el universo no es sólo
más extraño de lo que suponemos, sino más extraño de lo que podemos
suponer”.
El racionalismo científico con sus antiguas reglas se cimbra, además, ante una
emergente visión holística del universo. Se va descubriendo que las
causalidades son redes complejas y que el universo es más bien un
“sistema de sistemas dentro de otros sistemas”: un
“holón” —lo llaman los epistemólogos— en el que el todo
es mayor que la suma de sus partes; los “todos” naturales (los
organismos vivos, lo mismo que los ecosistemas y las galaxias) son, cada uno de
ellos, más que la suma de sus partes. Nuestra razón no está hecha, todavía al
menos, para comprenderlos.
Las implicaciones epistemológicas de estos nuevos acercamientos científicos al
universo son múltiples, pero para el propósito de este artículo sólo destaco
una de ellas: la razón científica honesta y rigurosa hace mucho que abandonó su
antigua seguridad; hoy no es arrogante ni autosuficiente, sino humilde, va
unida al asombro y, por ello, está cada vez más cercana del pensamiento
religioso. Aunque cada vez sepamos más de los “cómos”, sabemos
menos de los “por qués” y “para qués”. El anunciado
desencantamiento del mundo parece ir en dirección contraria.
*Investigador Titular C en el Instituto de Investigaciones sobre la Universidad
y la Educación (UNAM)
*Investigador Nacional de Excelencia y Emérito del SNI
*Miembro del Consejo Consultivo de Ciencias de la Presidencia de la República
(CCC)
consejo_consultivo_de_ciencias@ccc.gob.mx