DR. WOLF LUIS
MOCHAN BACKAL CENTRO DE CIENCIAS
FISICAS UNIVERSIDAD
NACIONAL AUTONOMA DE MEXICO Presente Me estoy permitiendo hacerle llegar el artículo
escrito por nuestro consejero, Dr. Jorge Flores Valdés, titulado “Muerte
de un líder moral”, publicado el día de hoy en la sección Opinión
del periódico La Crónica de Hoy. Aprovecho
la ocasión para enviarle un cordial saludo. Atentamente, Lic.
Luz Elena Cabrera C. Secretaria
Ejecutiva Adjunta Consejo Consultivo de Ciencias de la Presidencia de San Francisco No. 1626-305 Col. Del Valle Delegación Benito Juárez 03100 México, D.F. Teléfonos (52 55) 5524-4558, 5524-9009 y 5534-2112 Jorge Flores
Valdés* | Opinión Miércoles 24 de Junio, 2009 | Hora de modificación: 03:14 Muerte
de un líder moral Imagínese un país carente de
investigación científica. Transcurre la mitad del siglo XX, el siglo de la
ciencia. Un joven serio, muy serio, alto, muy alto, regresa a ese país después
de haber obtenido el grado de doctor en física en una de las más prestigiosas
universidades de un país poderoso. Retorna a un desierto científico. Él solo,
sin ayuda alguna, publica un año después cuatro artículos en la ya para
entonces principal revista de investigación del mundo. En una de esas
publicaciones, presenta una idea original, que él llamó la difracción en el
tiempo, fenómeno que habría de ser comprobado experimentalmente cuatro décadas
más tarde. Se da cuenta de que la ciencia es internacional y que es preciso
alentar la cooperación académica para que el desierto deje de serlo. Con sus
colegas de otros países igualmente atrasados, organiza una escuela de verano a
la que se invitan a físicos distinguidos de países avanzados y científicos
jóvenes de la región. Con su trabajo y ejemplo, impone en el país nuevas reglas
para hacer ciencia: asiduidad, perseverancia, y sobre todo honestidad.
Contrasta todo ello con lo que muchos otros, tuertos en un país de ciegos,
pregonaban. Tal historia no es
imaginaria, corresponde a los inicios de la carrera del maestro Marcos Moshinsky.
Después de recibirse como físico en la Facultad de Ciencias de la UNAM, con una
tesis dirigida por don Manuel Sandoval Vallarta, Moshinsky fue a estudiar a la
Universidad de Princeton en Nueva Jersey. Princeton era, y todavía lo sigue
siendo, uno de los principales centros de investigación en física teórica del
mundo. Ahí obtuvo el grado de doctor con una tesis dirigida por Eugene Wigner,
uno de los físicos teóricos más importantes del siglo XX, quien recibió el
Premio Nobel en 1963. Al regresar en 1949 a México
a trabajar en el Instituto de Física de la UNAM, única institución en la que se
hacía física en nuestro país, la situación no podía ser más angustiosa,
contrastante con Princeton. Además de Moshinsky había en nuestro desierto
científico sólo otros dos mexicanos con un doctorado en física. ¿Qué haría sin
los consejos que semana tras semana le daba Wigner? Sin seminarios ni revistas
científicas, sin posibilidad de discutir con los colegas, ¿cómo podría obtener
resultados nuevos e interesantes? Pues el joven doctor Moshinsky lo logró, como
lo mencioné al principio. Moshinsky pronto se da
cuenta de que sin un fuerte intercambio científico es imposible realizar buena
investigación científica. Mantiene sus ligas con Wigner y con Valentin Bargmann
en Princeton; trabaja unos meses en París. Organiza en 1956 la Escuela de
Verano en la UNAM, y en 1959, junto con Juan José Giambiaggi, argentino, y con
José Leite Lopes, brasileño, la Escuela Latino Americana de Física, la ELAF.
Esta escuela de verano tenía y todavía tiene como objetivo poner en contacto a
físicos jóvenes de América Latina con científicos experimentados de los países
que dictan la moda de la ciencia. En un principio, la sede de la ELAF habría de
rotar entre Río de Janeiro, Buenos Aires y la ciudad de México. A causa de
problemas políticos en Brasil y Argentina, este plan no pudo llevarse a cabo
ahí y sólo México cumplió. Gracias al tesón de Marcos Moshinsky y sus alumnos,
la Escuela ha tenido lugar en la UNAM cada tres años desde hace medio siglo. Muestra también de su afán
por promover la ciencia en México es la creación en 1958 de la Revista Mexicana
de Física, la cual dirigió durante 12 años. Colaboró en la fundación de la
Academia de la Investigación Científica, hoy Academia Mexicana de Ciencias,
siendo su presidente en 1961. También presidió la Sociedad Mexicana de Física,
en un período en que él organizó el primer y, por desgracia, hasta hoy único
Congreso Latinoamericano de Física, en el año turbulento de 1968. Además, fue
durante muchos años editorialista de Excélsior y luego de Proceso. Conocí al maestro, como
todos le llamábamos, cuando la Academia de la Investigación Científica le
otorgó el primer Premio de Ciencias. Marcos tenía entonces poco menos de
cuarenta años y era ya un físico reconocido. En la década de los años cincuenta
inició el romance más largo de su vida científica: se enamoró del oscilador
armónico. Es éste un sistema físico pleno de simetrías que sirve como el punto
de arranque para entender muchos problemas, entre ellos la estructura del
núcleo atómico. Usando las propiedades de este oscilador armónico, el maestro
obtuvo los paréntesis de transformación que lo volvieron famoso, pues con ellos
se podían realizar cálculos nunca antes posibles. Junto con el reconocimiento
internacional, recaen en Moshinsky distintos premios y distinciones nacionales.
En rápida sucesión obtiene el Premio “Elías Sourasky”; el
“Luis Elizondo” y, en 1968, el Premio Nacional de Ciencias. Luego
ingresa a El Colegio Nacional. Habría después de obtener tres premios
internacionales importantes: el Príncipe de Asturias, que otorga el gobierno
español; el Bernardo Houssay, de la Organización de Estados Americanos; y el
Premio de Ciencias de la UNESCO. Además, fue invitado a formar parte de la Academia
Vaticana de Ciencias, de la American Academy of Science and Arts y de la
Academia de Ciencias de América Latina, entre otras. La UNAM no se queda atrás
en el reconocimiento a Moshinsky: le otorga el primer Premio Universidad
Nacional, lo designa investigador emérito del Instituto de Física y luego
doctor Honoris Causa en 1996. Asimismo, la UNAM estableció la Medalla
Moshinsky, para premiar el trabajo excepcional de físicos teóricos que trabajan
en México. En los sesenta, el maestro
inició sus trabajos sobre la teoría de los grupos, técnica matemática que
describe la simetría de muchos sistemas físicos. La aplicó a sistemas
nucleares, atómicos, en las transformaciones canónicas, en sistemas magnéticos,
en partículas elementales, en fin, en una gran variedad de problemas. Por ello
le fue otorgada la Medalla Wigner, alta distinción en el campo de la física
matemática y luego el doctorado Honoris Causa de la Universidad de Frankfurt. El número de artículos sobre
física teórica que publicó desde 1947, fecha de su primer trabajo, es
simplemente avasallador: son 313, todos ellos en las mejores revistas del mundo
y que han sido citados más de 5 mil veces en la literatura especializada. Vemos
que, en promedio, produjo cinco artículos cada año, cifra excepcional para un
físico teórico. Marcos Moshinsky fue pues un muy prolífico investigador.
Empero, no en vano le llamábamos el maestro. Fue el guía de un gran número de
físicos más jóvenes que él, mexicanos y extranjeros. Dirigió muchas tesis de
licenciatura y de doctorado. Además, una docena de investigadores de muchos
países realizaron su trabajo posdoctoral con él. Durante cinco décadas impartió
cátedra en el curso sobre mecánica cuántica en la Facultad de Ciencias. Sin
embargo, esto no basta. Le llamamos el maestro por su gran generosidad, porque
su deseo fue que sus alumnos aprendieran incluso a superarlo. Alguna vez le oí
decir lo que era un verdadero maestro, comparando lo que ocurre en el juego de
frontón. Al principio, cuando el estudiante arranca, el maestro sabe bien por
dónde regresará la pelota. Cuando el estudiante le sorprende y realiza un tiro
inesperado para el maestro, éste sabe que empieza a cumplir su misión: el
alumno comienza a cocinar sus propias ideas. La vida científica de
Moshinsky se inicia cuando la ciencia mexicana contaba con unos cuantos
enamorados del conocimiento científico, cuando unos cuantos bohemios luchaban
por convertirse en investigadores, cuando no había escuelas ni centros de
ciencia. Gracias a su trabajo, a su energía, a su visión, compartidos con
algunos otros grandes hombres, México entró a una segunda etapa de desarrollo,
a la de la ciencia profesional. En el campo de la física teórica, él fue el
primer científico profesional y nos enseñó a dos generaciones de físicos a
serlo también. Algún día, un gran científico extranjero conocedor de la ciencia
mexicana me dijo: “hay pocos países en que una sola persona haya sido la
base de toda una ciencia”. Sin embargo, sus enseñanzas no paran
ahí. Es claro que le gustaría ir más allá y entrar a la tercera etapa, la de
los grandes logros científicos. Marcos fue más que un maestro. No sólo enseñó a
varias generaciones de físicos a hacer investigación valiosa, también les
indujo valores éticos y científicos. Marcos Moshinsky falleció el
primero de abril de 2009, a los 88 años de edad. Con su deceso, la Universidad
Nacional y México pierden no sólo a uno de sus académicos más distinguidos,
sino también a un gran líder moral, guía señera de la ciencia mexicana. *Miembro
del Consejo Consultivo de Ciencias de la Presidencia de la República (CCC) *Investigador
del Instituto de Física, UNAM consejo_consultivo_de_ciencias@ccc.gob.mx |