DR.
WOLF LUIS MOCHAN BACKAL INSTITUTO
DE CIENCIAS FISICAS UNIVERSIDAD
NACIONAL AUTONOMA DE MEXICO Presente Adjunto
al presente mensaje me permito hacerle llegar el artículo escrito por el
Consejero, Dr. Marcelino Cereijido, titulado, “Contando
cabezas (pero sin reparar en qué piensan)”, publicado el día de hoy en la
sección Opinión del periódico La Crónica de Hoy Aprovecho
la ocasión para mandarle un cordial saludo. Atentamente, Dr.
Rigoberto Aranda Reyes Secretario
de Comunicación Consejo
Consultivo de Ciencias de la Presidencia
de la República (CCC) San
Francisco No. 1626-305 Col.
Del Valle Delegación
Benito Juárez 03100
México, D.F. Teléfonos (52
55) 5524-4558, 5524-9009 y 5534-2112 Contando
cabezas (pero sin reparar en qué piensan) El número de
artículos científicos que publica nuestra comunidad en revistas de la máxima
jerarquía internacional demuestra que México forma parte del selecto grupo de
países que han logrado desarrollar una investigación de calidad. A pesar de
ello, sigue rigiéndose por modelos pre-científicos (anti-científicos), que le
impiden desarrollar una cultura compatible con la ciencia. Contrario a lo que
suele pensarse, el desarrollo de una cultura compatible con la ciencia depende
muy poco del aporte económico, pero mucho de la inteligencia, ética y lucidez
mental, pues requiere terminar con prácticas cavernarias. Para ilustrarlo, hoy
resaltaré nuestro uso del ominoso Principio de Autoridad, con base en el cual
algo es verdad o mentira dependiendo de quién lo dice: la Biblia, el papa, el
rey, el poderoso. Como necesito que
el principio y su aplicación queden meridianamente claros, recurriré a un par
de ejemplos que todos recordamos. Hace pocos años Guillermo Schulemburg, por
entonces abad de la Basílica de Guadalupe, declaró que no hay evidencia del
fenómeno guadalupano. Ante la conmoción causada, el Vaticano anunció que
investigaría el asunto, pero en menos de una semana ¡investigaron a
Schulemburg! Y en cuanto encontraron cierto procedimiento incorrecto en el manejo
económico, consideraron que carecía de autoridad para objetar el fenómeno
guadalupano. El segundo ejemplo en que el des-autorizar a alguien se toma como
equivalente a refutar sus razones, se relaciona con el doctor Juan Ramón de la
Fuente. Cuando era secretario de Salud Pública consideró necesario promover el
uso del condón. Ciertos sectores de convicciones religiosas intentaron
rebatirlo. Pero no lo hicieron argumentando “a la científica”, es
decir, analizando las ventajas/desventajas de usar condón, sino argumentando
ad hominem (analizando ¡a De la Fuente! no al uso del condón), y denunciando
el planteo como mera engañifa para ocultar entuertos estatales. Ahora sí,
pasemos a la gravedad de que un país del tamaño y complejidad de México siga
obnubilado por el Principio de Autoridad. Hace un par de
meses, la doctora Esther Orozco, rectora de la UACM, declaró que a lo largo de
9 años dicha institución había estando manejando unos diez mil alumnos de los
cuales graduó menos de medio centenar, operación que costó al contribuyente
unos 5,000 millones de pesos. Paradójicamente, a pesar de ser un asunto
gravísimo y tratarse de una institución de nivel universitario, su cuerpo
directivo no se abocó a interpretar “a la científica” la realidad/fantasía
del diagnóstico; por el contrario comenzó a intentar destituir a su rectora. Admiro a la doctora
Orozco porque no abundan por estos rumbos funcionarios de su calibre
científico. Ahí tenemos su premio “Louis Pasteur” que le otorgaron
la Unesco y el Instituto Louis Pasteur de Francia, un instituto que ¡lo que son
las cosas! en más de un siglo de existencia jamás ha defenestrado un director
para acallar sus señalamientos, ni fallado en formar uno solo estudiante de los
que le han enviado 40 países que son la flor-y-nata de la ciencia
internacional. Pero también la admiro porque en medio de nuestra desconcertante
tiniebla institucional y funcionarios que parecen personajes salidos de El
Hombre Que Fue Jueves de Chesterton, la rectora Orozco tiene las parótidas y el
cerebro necesarios para ponerse de pie ante diez mil universitarios felices, y
señalar lo que considera que debe ser corregido. Sin embargo, dejaría de lado
mi admiración, y también me tragaría mis fervientes deseos de que se llegue a
demostrar que está profundamente equivocada, al dolor de llegar a constatar que
su diagnóstico es correcto, y que por años se han venido malogrando el esfuerzo
y las esperanzas de miles de jóvenes y de sus familias, así como dilapidado el
dinero aportado por los contribuyentes (al que se sumará un nuevo gasto cuando
los 10,000 felices no puedan soportar tanta dicha y comiencen a exigir que el
Estado que se comprometió a formarlos y otorgarles un título los repare!).
Definitivamente, anhelo que la doctora Orozco esté equivocada. Adviértase que, así
como no me inmiscuí en la naturaleza del fenómeno guadalupano ni en la
conveniencia/desatino de usar condón, tampoco estoy argumentando respecto del
acierto/chapucería en el manejo institucional de la UACM. Estoy más, muchísimo
más preocupado por nuestra capacidad de argumentar, incluso ¡en ámbitos
universitarios! Mientras siga viva entre nosotros una antigualla oscurantista
como el Principio de Autoridad, seguiremos en la lona. Del murmurar
ominoso a la cándida pregunta Cuando mostré el
borrador de lo que antecede a un par de amigos, lo desahuciaron murmurando:
“Los políticos no analizan razones: cuentan cabezas”. Y horas
después, me encontré cavilando “¿Así que los políticos no razonan, sino
que cuentan cabezas? ¿Las de quiénes?” La gente está harta de tener que
tragarse a diario dosis pantagruélicas de injusticia impune, de chicanas con
las indemnizaciones a familias de mineros muertos en cumplimiento de sus
tareas, de tragedias en guarderías, de fosas de masacrados que galvanizan a la
sociedad, pero cuya indignación acaba disipándose en marchas que profieren los
comprensibles pero inoperantes “¡nunca más!”. Y seguí
preguntándome: dada esa creciente multitud de gente dolorosamente hastiada
¿cuál sería el destino en las urnas de alguien que en medio de la desesperanza
y el hartazgo, de pronto convenza a ese electorado de que él/ella intenta
resolver los problemas recurriendo a algo tan insólito en nuestro medio como el
interpretarlos “a la científica”, esto es, sin invocar milagros,
revelaciones, dogmas ni al Principio de Autoridad? ¿Qué tal si llega a
convencer al electorado que, después de todo, en una universidad sí importa
aprovechar los dineros públicos para enseñar, estudiar y satisfacer controles
de calidad? ¿Todas esas cabezas van a contar como “una”? rancamente
no lo sé, habría que ver, escuchar y analizar (“a la científica”). Temo que lo escueto
de este artículo no permita vislumbrar de dónde saco estas consideraciones. Si
eso atascara a algún lector, le recomiendo mi libro La Ciencia Como Calamidad,
(Gedisa, 2009). consejo_consultivo_de_ciencias@xxxxxxxxxx |