Los obstáculos de
la ciencia mexicana
En artículos
anteriores, he analizado la situación de la ciencia mexicana, sus retos y
oportunidades. Hoy me quiero referir a algunos de los principales obstáculos
estructurales.
México no cuenta con
ningún proyecto para el establecimiento de laboratorios nacionales que
permitan el desarrollo de infraestructura científica de importancia,
compartida y mantenida entre varias instituciones.
Las redes de monitoreo
de información ambiental, vulcanológica, sísmica, mareográfica, atmosférica y
de otras muchas variables geofísicas son obsoletas o disfuncionales, o ambas
cosas. Estas redes son necesarias para el estudio de los fenómenos naturales,
para la prevención de riesgos y desastres, y en última cuenta, para la
seguridad nacional.
Mientras que nuestro
sistema de posgrados ha crecido y contamos con cientos de posgrados llamados
de “nivel internacional”, nuestra influencia en la región
latinoamericana es escasa, contando apenas con 5% de estudiantes extranjeros
en dichos posgrados.
En lo que se refiere
al ámbito del entrenamiento de jóvenes estudiantes para las competencias
olímpicas, mientras en México, año tras año, los organizadores penan por
conseguir escasos recursos, en Brasil, desde hace unos años, participan más
de 18 millones de adolescentes en los diferentes ciclos de las Olimpiadas
Nacionales (de Brasil) de Matemáticas.
Consecuencia del
lento crecimiento del sistema de ciencia mexicano, aunado a otras idiosincrasias,
como la absurda jubilación dinámica de algunas universidades y el pésimo
sistema de jubilación y retiro de todo el sistema de educación superior del
país, se ha generado, el que el día de hoy es probablemente, el problema más
grave de la ciencia mexicana. Un envejecimiento terrible de la planta de
investigadores:
En algunas
instituciones, como la UNAM, la edad promedio de los investigadores supera
los 50 años.
El SNI mismo, pese a
su importante crecimiento, envejece a un ritmo promedio por investigador
nacional de 7 meses cada año.
Se requieren por
ello, urgentemente, planes de crecimiento de la planta de investigación.
Sobre todo, reflejada en la creación de nuevas instituciones de educación
superior e investigación. Así como la implementación de mecanismos eficientes
de retiro y jubilación en las instituciones públicas de todo el país. De no
tomarse medidas en esta dirección, dentro de pocos años estaremos frente a un
problema insuperable.
A pesar de que desde
hace decenios, la importancia de la ciencia y la tecnología para el progreso
de las naciones modernas forma parte del discurso oficial en México, esta
retórica tiene un pobre reflejo en la implementación de políticas prácticas
acordes con las muchas necesidades del país. De ahí que se hablara con
frecuencia, cosa que pasa todavía hoy en día, de la necesidad de que se
estableciera una Política Pública de Estado en materia de Ciencia, Tecnología
e Innovación. En realidad, las diferentes políticas que se han instrumentado
han sido una mezcla de intereses y preocupaciones planteados por diferentes
grupos sociales, en general desarticulados entre sí, con motivaciones e
intereses distintos, y en ocasiones contradictorios1. En otras palabras, la
política en el sector no ha llegado a “configurar un paradigma
científico y tecnológico que responda adecuadamente a las necesidades de la
sociedad mexicana en proceso de transición”2.
Generalmente, no
queda claro lo que una política de Estado debe ser. Sin duda, una política de
este tipo debe contar con los cimientos de financiamiento que hagan posible
el establecimiento de programas trascendentes, debe contar con las bases
jurídicas que le den coherencia, debe contar con el acuerdo de las
instituciones y otros actores destacados para tener permanencia. La Ley del
2002 puso las bases para la construcción de una política de Estado, tal vez
el tipo de política que cabía esperar: una política centrada en el poder
político, no en el saber académico; una política donde las líneas
estratégicas deben ser definidas por los secretarios de Estado, en el poco
tiempo que pueden dedicar al tema; una política lejana de los verdaderos
actores de la ciencia, las instituciones de educación superior y los
científicos; una política que nunca fue refrendada con el apoyo financiero al
Ramo, ni por el Ejecutivo, ni por los legisladores.
La responsabilidad
sobre las políticas científicas y tecnológicas, se le atribuye al organismo
responsable de las mismas, a Conacyt, un organismo dependiente del gobierno
federal. Por su parte, como observa Canales3, la comunidad científica,
destinataria de las políticas, intenta hacer valer el conocimiento que posee
y sus decisiones sobre lo que debe o no investigar y cómo hacerlo, por lo que
en ocasiones se generan tensiones. Más aún, una parte importante de la
comunidad científica tiene su base en instituciones autónomas y ahí también
radica una porción importante de las capacidades del sistema, por lo que
tampoco se trasladan de forma automática los lineamientos de política a las
instituciones. Así, Conacyt no cuenta con verdaderos mecanismos de conducción
estratégica de la ciencia en México, la Ley sólo le da prerrogativas
retóricas.
Un caso particular
de esta falta de iniciativas es la situación del Sistema Nacional de
Investigadores. En efecto, el sentido último del SNI se ha vuelto difuso con
los años, cuando es más importante para los investigadores publicar para
alcanzar mejores niveles en el Sistema que hacerlo con el fin de entender un
fenómeno y contribuir a la solución de problemas importantes. Esta situación
fue repetidamente identificada durante el Congreso de miembros del SNI que
organizamos hace poco más de un año, al igual que el problema de una
evaluación que privilegia la cantidad sobre la calidad del trabajo. Pero
advierto, este no es un problema sencillo de solucionar cuando todo el
sistema universitario está construido en las mismas bases de evaluación
cuantitativa.
1 A. Canales (2007).
La política científica y tecnológica en México: el impulso contingente en el
periodo 1982 – 2006. Tesis doctoral. FLACSO.
2 Casas et al.
Cited.
3 A. Canales, cited.
consejo_consultivo_de_ciencias@xxxxxxxxxx
|