Arturo
Menchaca* | Opinión 2012-07-18
El Bosón de Higgs
Hace
unos días, cuando las noticias en México estaban dominadas por los resultados
de la elección presidencial, en el panorama internacional surgió una noticia
científica que logró distraer -aunque sea por unos instantes- el animado
debate postelectoral. Se trata de una partícula denominada Bosón de Higgs, o
de Dios, cuya posible existencia habría sido anunciada por grupos científicos
del Centro Europeo de Investigaciones Nucleares, mejor conocido como el CERN.
¿Cómo, algo tan pequeño como una nueva partícula, pudo colarse en un debate
tan serio y fundamental para los mexicanos? En este texto trataré de explicar
los méritos del logro científico, dejando que el lector decida su
trascendencia, relativa a la de nuestros rituales sexenales.
Para
entender mejor el significado del hallazgo científico en cuestión, es
necesario repasar brevemente la visión que hoy se tiene sobre la estructura
de la materia. El llamado Modelo Estándar nos dice que la naturaleza está
compuesta por unas cuantas partículas llamadas “elementales”, que
interaccionan entre sí intercambiando emisarios (llamados “bosones de
norma”) de las 4 interacciones fundamentales: la gravitacional, la
electromagnética, la débil y la fuerte. La propiedad que distingue a los
bosones (incluidos los de norma) es el “espín”, cuyo símil
clásico es un movimiento de rotación sobre sí mismo, como el que produce el
ciclo día-noche en la Tierra. Sin embargo, aquí se trata de una
característica de origen cuántico, razón por la cual posee un valor
particular (“cuantizado”). Así, el espín de los bosones es cero,
o un múltiplo entero del espín del “fotón” (el cuanto de luz),
mientras que el de las partículas elementales es “semi-entero”
(la mitad del asociado el fotón), lo que las identifica como
“fermiones”. El comportamiento estadístico de los bosones y de
los fermiones es tan diferente que separa al mundo de lo elemental en dos.
Hablemos
ahora de fuerzas: la gravitacional es la principal responsable de la dinámica
de los objetos macroscópicos, desde los cúmulos de galaxias más extendidos,
hasta la caída de las manzanas. Teóricamente, el objeto de intercambio
asociado a esta fuerza se llama “gravitón”, aunque no tiene masa.
Todo esfuerzo por detectar a este bosón de norma ha sido infructuoso. La
segunda fuerza, llamada electromagnética, genera la estructura de los átomos
y las moléculas, que componen desde el grano de arena más insignificante,
hasta la vida humana. La partícula elemental que juega el rol más importante
a este nivel es el “electrón”, que es la partícula cargada
(eléctricamente) más ligera. El mensajero de la fuerza electromagnética es el
ya mencionado fotón, que tampoco tiene masa.
A
nivel nuclear la materia aparece como compuesta principalmente de dos
partículas: el protón y el neutrón. Sin embargo, en una escala aún menor,
estas partículas están compuestas de otras, denominadas “cuarks”.
El único problema con estas últimas es que nadie ha podido, ni podrá, aislar
una de ellas para estudiarla individualmente. Esto se explica argumentando
que los cuarks poseen una propiedad especial, denominada “color”,
que no les gusta mostrar. Con esto quiero decir que entre los cuarks actúa
una fuerza (la fuerte) que garantiza que el color se mantenga como una
propiedad interna de los “hadrones”, palabra cuya raíz germana
significa “fuerte”. Por cierto, hay un conjunto de partículas
elementales que incluye al electrón, que no es sensible a la fuerza fuerte, denominadas
por ello “leptones”, al que volveremos más adelante.
Una
peculiaridad de los constituyentes más elementales de la materia es que cada
partícula (electrón, cuark, etc.) tiene asociada otra partícula cuyas
propiedades son idénticas, salvo una. Para aquellas que poseen carga
eléctrica, la diferencia es el signo de la carga. El ejemplo más sencillo es
el electrón, cuya partícula asociada se llama “positrón” porque
el signo de su carga es positivo, es decir, opuesto al del electrón. Lo
sorprendente es que cuando un electrón y un positrón interaccionan, en
determinadas condiciones, se aniquilan entre sí generándose dos fotones que
viajan en direcciones opuestas. En este proceso lo que se conserva no es la
masa, sino la energía. Más interesante aún, la aniquilación resulta ser reversible:
en determinadas condiciones, a partir de fotones con suficiente energía se
pueden producir “pares” electrón-positrón, o cuark-anticuark,
etcétera.
Volviendo
a los cuarks, la manera en que se combinan para formar “mesones”
(hechos de un cuark y un anticuark) o “bariones” (hechos de 3
cuarks, como el protón y el neutrón), es tal que sus colores siempre se
cancelan. ¿Cómo se logra esto? Al igual que los 3 colores fundamentales, al
mezclarse producen el blanco (ausencia de color). En el caso de los mesones,
resulta que el color de los anticuarks es “negativo”, es decir,
se cancela con el de los cuarks. El bosón mediador de la fuerza fuerte se
llama gluón, y tampoco tiene masa.
La
cuarta fuerza fundamental es denominada débil, pues su intensidad es comparativamente
menor que la fuerte y que la electromagnética. Este modo de interactuar es,
en cierta manera, el más “democrático” (para no olvidar nuestra
realidad política actual) de todos pues permite conectar partículas con (o
sin) color, con (o sin) carga y con (o “casi” sin) masa. Los
bosones de norma que transmiten esta fuerza son las W+- y la Z0 (los
superíndices se refieren al signo y/o magnitud de la carga eléctrica). Una
peculiaridad de estos bosones es que tienen masa, lo que explica que la
extensión espacial de la fuerza que generan sea muy pequeña, casi puntual.
Por comparación, la fuerza electromagnética tiene un alcance infinito, luego
su bosón de norma (el fotón) no tiene masa.
Hemos
ignorado hasta aquí a un conjunto muy importante de partículas elementales,
los denominados “neutrinos”. Estos carecen de color y de carga
eléctrica y cuya masa es tan pequeña (de ahí el “casi” del
párrafo anterior) que a la fecha ha resultado imposible de medir con
precisión. Por ser insensibles a la fuerza fuerte, pertenecen a la categoría
de los leptones. Otras dos partículas de esta categoría, idénticas al
electrón (en cuanto a sus propiedades electromagnéticas) pero más pesadas que
éste, se denominan muón y tauón. El muón, es una partícula inestable cuya
masa es intermedia (es decir, mayor que la del electrón, pero menor que la
del tauón) y es el vestigio más fácil de identificar de la radiación cósmica
en la superficie terrestre. El tauón es el leptón más masivo e inestable que
se conoce. También se ha observado que la fuerza débil permite determinar, de
manera muy clara, una relación muy íntima entre cada uno de los tres leptones
cargados y un tipo específico de neutrino. Así es como sabemos que hay 3
tipos de neutrino (electrónico, muónico y tauónico).
Como
hemos visto, una diferencia notable entre los bosones de norma es que unos
tienen masa y otros no. Hace 50 años, cuando el Modelo Estándar estaba en
construcción, se encontró que la formulación utilizada implicaba que ningún
bosón de norma tuviese masa, lo que contradecía a la fenomenología del
decaimiento débil. Una solución para este problema fue propuesta (entre
otros) por el británico Peter Higgs en 1964, quien planteó la existencia de
un campo de fuerzas omnipresente que interacciona con todas las partículas
(en particular con las W+- y la Z0 ) provocándoles una “inercia”
(masa). Una manera coloquial de explicar este fenómeno es imaginar que las
partículas se mueven como inmersas en una piscina. Si la piscina está llena
de un líquido viscoso (el campo de Higgs), las partículas se moverán con
mayor dificultad (más lento) que si la piscina estuviese vacía. Quien observe
ambos movimientos dirá que las partículas de la piscina viscosa son más
“masivas” que las otras. El Modelo Estándar fija todas las
propiedades del Bosón de Higgs, menos su masa, aunque hipótesis plausibles la
ubicaban entre los 120 y los 180 GeV/c2. Como referencia, la masa de un
protón es cercana a 1 GeV/c2, y la de un electrón es dos mil veces menor que
eso. El Higgs tiene espín (y carga eléctrica) cero, y tampoco tiene color. Es
decir, sólo interacciona a través del campo débil (además del gravitacional),
lo que hace más difícil su identificación. La partícula reportada el 4 de
julio por los grupos del CERN, en que (por cierto) colaboran mexicanos tiene
una masa de 125 GeV/c2, o sea, es 133 veces más pesada que el protón.
Si el
lector se pregunta: ¿qué tan importante es descubrir el origen de la masa? le
invito a que por un momento se imagine un universo sin ella, es decir: sin
gravedad, sin galaxias, ni estrellas, ni planetas, ni países, ni democracia
(eso es más fácil), ni urnas, ni despensas, etcétera. Entender el origen de
esta propiedad es tan importante para la ciencia que, aunque sea de broma,
los propios científicos (característicamente agnósticos) han concedido a Dios
ese designio. Cabe, sin embargo enfatizar que la noticia emitida por el CERN
es cauta al mencionar que la partícula reportada el 4 de julio de 2012 es
sólo “consistente” con el Higgs, y que queda mucho trabajo
pendiente para descartar que se trate de otra partícula. Una vez que la
“Higgsteria” se relaja, empiezan a aparecer voces que recuerdan
la existencia de alternativas teóricas, partículas “impostoras”
cuyas masas y modos de decaimiento emularían a los del Higgs único. Tampoco
sería la primera vez en esta ciencia que una partícula sea confundida con
otra, como fue el caso del muón en 1936, o que del CERN emanen anuncios
espectaculares, como los neutrinos supralumínicos de la Navidad pasada, que
luego no se confirmaron. Esta vez no hay duda de que hay algo nuevo e
importante, pero en ciencia el tiempo es el mejor árbitro.
*Es Investigador del Instituto
de Física de la UNAM e integrante del
Consejo Consultivo de Ciencias
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