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CCC - Artículo del Dr. Ricardo Tapia



Title: Xxxxxx

DR. WOLF LUIS MOCHAN BACKAL

INSTITUTO DE CIENCIAS FISICAS

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTONOMA DE MEXICO

Presente

 

Adjunto al presente mensaje me permito hacerle llegar el artículo escrito por el consejero, el Dr. Ricardo Tapia, titulado, “Las neurociencias, última frontera del conocimiento”, publicado el día de hoy en la sección Opinión del periódico La Crónica de Hoy.

 

 

 

 

 

Aprovecho la ocasión para mandarle un cordial saludo.

 

Atentamente,

 

Dr. Rigoberto Aranda Reyes

Secretario Ejecutivo Adjunto

 

Consejo Consultivo de Ciencias de la

Presidencia de la República

 

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Ricardo Tapia* | Opinión  2012-07-04

 

Las neurociencias, última frontera del conocimiento

Ahora sabemos que la información genética es responsable de las características de las especies animales, incluidos los humanos, y que esto se aplica también a cada individuo. Sin embargo, no hay duda de que las funciones cerebrales determinan mucho más directamente nuestra salud mental y nuestra conducta todos los días que nuestros genes. El cerebro es el órgano de la cognición y la conciencia, lo que nos diferencia de cualquier otra especie animal; así, el cerebro es lo más humano que tiene el hombre. Por ello, puede afirmarse que el estudio del funcionamiento cerebral, estudio que realiza el conjunto de disciplinas llamadas neurociencias, es la última frontera del conocimiento, la frontera que más retos y al mismo tiempo más expectativas genera en el siglo XXI.

El objetivo fundamental de las neurociencias es entender las bases biológicas de la actividad mental y los mecanismos mediante los cuales el cerebro controla las funciones corporales que le permiten sobrevivir y adaptarse al medio ambiente. Puesto que se trata de conocer los mecanismos biológicos de la mente, las neurociencias representan la conciencia estudiándose a sí misma.

Los nuevos conocimientos sobre la fisiología y bioquímica de las neuronas, las redes neuronales y las funciones específicas de las regiones cerebrales, han abierto un nuevo panorama para entender el funcionamiento cerebral y la conciencia.

Los impresionantes adelantos alcanzados en el siglo pasado sobre la estructura y la función de las neuronas individuales permiten contar hoy con un cúmulo de conocimientos sobre la organización de los circuitos neuronales y sobre los mecanismos moleculares de la comunicación entre las neuronas, y conformar un panorama general —aunque aún muy incompleto— sobre cómo el cerebro realiza las funciones mentales.

Durante siglos se creyó que estas funciones mentales dependían de otros órganos. Aristóteles pensaba que estas dependían del corazón, mientras que el cerebro sólo servía para enfriar la sangre. Algunos pensadores, cuyas conclusiones dependían más de la observación que de la filosofía, llegaron a conclusiones diferentes. Por ejemplo, Hipócrates (Siglo IV A.C.) escribió —a propósito de la epilepsia— en esa época considerada como “la enfermedad sagrada” (como tristemente sigue considerándose en algunas sociedades del siglo XXI), lo siguiente:

“Los hombres deberían saber que sólo del cerebro se originan las alegrías, los placeres y las risas, así como las tristezas, las penas, el dolor y las lamentaciones. Es por el cerebro, de manera especial, que adquirimos sabiduría y conocimientos, y vemos y oímos, y sabemos qué es correcto o incorrecto, qué es dulce o insípido... Y por ese mismo órgano podemos sufrir locura o delirio, y nos asaltan miedos y terrores... Por eso creo que el cerebro ejerce el mayor poder en el hombre”.

Este concepto del cerebro como órgano responsable de las funciones mentales fue expresado de manera parecida muchos siglos después (aunque antes de conocerse la individualidad neuronal y la comunicación interneuronal) por varios investigadores, entre quienes destaca el gran fisiólogo francés Claude Bernard, quien escribió en su libro Las funciones del cerebro (1872):

“Desde el punto de vista fisiológico, los fenómenos metafísicos del pensamiento, la conciencia y la inteligencia que subyacen en las diferentes manifestaciones del alma humana son procesos vitales comunes y no pueden ser sino el resultado de la función del órgano que los expresa. Demostraremos que la fisiología cerebral debe ser inferida de las observaciones anatómicas, los experimentos fisiológicos, y el conocimiento de la anatomía patológica, exactamente como la de todos los otros órganos del cuerpo”.

Más de un siglo después, en 1994, Francis Crick -quien junto con James Watson describió en 1953 la estructura de doble hélice del ácido desoxirribonucleico, es decir de los genes- escribió, en su libro La hipótesis sorprendente: la búsqueda científica del alma, una frase que completa lo dicho por Hipócrates y Bernard sobre las células y las moléculas (lo cual era imposible considerar antes del extraordinario progreso neurocientífico ocurrido durante el siglo XX):

“Tú, tus alegrías y tus tristezas, tus recuerdos y tus ambiciones, tu sentido de identidad personal y libre albedrío, son en realidad sólo la conducta de un inmenso conjunto de células nerviosas y sus moléculas asociadas”.

Pero, ¿cuáles son estos nuevos conocimientos y por qué son tan importantes? Son tan numerosos que es difícil resumirlos en unas cuantas líneas; aquí señalaré sólo uno de ellos que constituye, en mi opinión, un descubrimiento tan o más importante que la estructura de los genes: la química de la comunicación entre las neuronas.

Las neuronas, como células individuales que son, no establecen contacto físico entre sí y, sin embargo, su función esencial es comunicarse con otras neuronas y otros circuitos. Una gran cantidad de datos, obtenidos por diversas técnicas bioquímicas, electrofisiológicas, biofísicas, de biología celular y de microscopía electrónica, han demostrado que la naturaleza de esta comunicación es química y que ocurre en los sitios de comunicación interneuronal  llamados sinapsis, por lo que la transmisión de la señal se llama transmisión sináptica. Esta transmisión se realiza mediante la liberación de sustancias, llamadas neurotransmisores, que cruzan el pequeñísimo espacio (llamado espacio sináptico, que mide aproximadamente 20 millonésimas de milímetro) que separa una neurona de la siguiente, se combina con moléculas específicas localizadas en la membrana de la siguiente neurona, y como consecuencia la excita o la inhibe.

Conocemos ya la mayor parte de los mecanismos de esta comunicación química en las sinapsis. Por ejemplo, sabemos cómo se sintetiza el neurotransmisor dentro de la terminal sináptica; también, cómo se libera al espacio sináptico; así mismo, cómo actúa sobre la membrana de la siguiente neurona para excitarla o inhibirla; y cómo se elimina del espacio sináptico una vez que actúa. Además, todo esto lo sabemos a gran detalle por lo que hemos identificado las diversas moléculas que participan en cada uno de estos pasos y cómo funciona cada una de ellas. Gracias a este conocimiento, entendemos ahora cuales son las alteraciones responsables de padecimientos neurológicos como la epilepsia o la enfermedad de Parkinson y, empezamos a comprender  -aunque de manera aún muy incompleta- cómo ciertos cambios funcionales en la transmisión sináptica química pueden causar enfermedades mentales como la adicción a drogas, la depresión, el trastorno bipolar o la esquizofrenia.

Otra aportación, de extraordinaria importancia del conocimiento sobre la transmisión sináptica, es el que podemos diseñar y realizar experimentos mediante el uso de drogas para alterar dicha transmisión y observar los efectos resultantes. Estos efectos pueden ser similares a los síntomas de una enfermedad, lo cual nos permite concluir que determinado neurotransmisor está involucrado en esa enfermedad. Además, ahora es posible diseñar y probar fármacos que puedan modificar la transmisión sináptica de manera más o menos selectiva, lo cual ha permitido desarrollar drogas tan útiles como los anestésicos, los antidepresivos, los antiepilépticos, los tranquilizantes, los somníferos, los estimulantes entre muchas otras.

Pero quizá, la conclusión más relevante a la que nos lleva este conocimiento es que las funciones neurológicas y mentales, inclusive la conciencia, no son más que el resultado de la comunicación química entre las neuronas a través de los cientos de miles de millones de sinapsis que las conectan entre sí en un cerebro humano. Cada vez es más claro que Hipócrates, Claude Bernard y Francis Crick tenían razón.

 

* Miembro del CCC

consejo_consultivo_de_ciencias@xxxxxxxxxx

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