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Alfonso Larqué Saavedra* |
2012-07-25
Todos contra
el hambre II
Como lo comenté en un artículo
publicado en estas páginas el 6 de junio pasado, es urgente concretar una
política de seguridad alimentaria, para lograr autosuficiencia en por lo
menos maíz y frijol. En la prensa nacional se ha señalado que en octubre del
2010 se inició la sequía más grave registrada en 70 años y que para finales
del 2011 se anotaba un grave daño en más de 1,200 municipios de diecinueve
estados del país. En los estados en donde se presentó la sequía, los
productores que tienen experiencia en la producción primaria de alimentos
saben de sobra que la agricultura en condiciones de temporal es, sin lugar a
dudas, una actividad con alto riesgo.
El campesino productor es el que sortea
el temporal para producir su alimento. Él ha aprendido, por la enseñanza oral
de sus ancestros, que debe tener su banco de semillas con la suficiente
variabilidad para que en casos extremos -como sequías, heladas, vientos,
etcétera- de algunas pueda obtener algún producto para su alimentación. La
sequía del 2010-2011 fue demasiado larga como para esperar que la plasticidad
de las semillas de los bancos pudieran responder a la falta de agua.
Seguramente no sólo produjo el mínimo para su subsistencia, sino que también
el campesino, por hambre, se comió su “banco de semillas”. Esta
pérdida es el corazón del problema y sobre el cual se deberían centrar los
análisis, además de hacer públicas las consecuencias de tales pérdidas. Esa
es la real catástrofe que tiene el campo mexicano, a la que hay que referirse
y señalar claramente que por falta de visión, conocimiento y apoyo no
pudieron evitar que ocurriera.
Seguramente no se podrá reponer el
germoplasma de papita güera, de frijoles, de maíz, etcétera, en esas regiones
y que eran los bancos personales, familiares, o comunales. Este proceso
erosivo se presenta a lo largo del país, en donde también ha sido
responsabilidad del productor mantener el valioso germoplasma. Muchos de
estos productores, que aún practican la riesgosa agricultura de temporal
-porque no tienen alternativa- siguen perdiendo este germoplasma. Aunque se
reportan las pérdidas de hectáreas de bosques o selvas por año y hasta se
señala el impacto en la biodiversidad, no se escucha mucho sobre de la
pérdida de los bancos de semillas. Los bancos de semillas de razas mexicanas
de recursos filogenéticos también desaparecen por la presión de las llamadas
variedades mejoradas o híbridos; esas sí están en buen resguardo por las
empresas que siempre tienen sus bancos de respaldo bien consolidados.
Los recolectores de semillas de
interés agrícola consideraron a los estados del país que hoy son afectados
por la sequía, como sitios privilegiados por la rica biodiversidad del
germoplasma de plantas cultivadas. Un ejemplo exitoso fue el del reconocido
botánico mexicano Efraín Hernández X, quien como él anotara en 1972 en su
primera clase de etnobotánica en el Colegio de Postgraduados: “Fui
contratado específicamente por la entonces Oficina de Estudios Especiales
para esa tarea y con ese puesto”.
En la actualidad esos nombramientos
no existen. Son tareas que se asignan a los nuevos modelos de profesionistas.
Imaginemos que nuevamente se contrataran a “recolectores” de
germoplasma valioso de pastos, maíces, frijoles, papas, plantas medicinales,
aromáticas, etcétera, que recorrieran las zonas agrícolas y naturales de
México, para concentrar en bancos, no en graneros, esta riqueza. En 1970 se
presentó la tesis de “cinco nuevas razas de maíz….” y se
anotaba por el sínodo la necesidad de conservar a dichas razas in situ y
seguir con la tarea de describir en todo el país la diversidad de razas de
maíz que inicialmente fueran descritas por Wellhausen y colaboradores desde
1951. Sesenta años después de su publicación, la pregunta es: ¿Cuántas razas
de maíz realmente siguen vivas en las tierras de cultivo de México?
Hay que continuar otorgando apoyo a
la innovación para el campo mexicano y, si hay el recurso y apoyo oficial,
por qué no invitar al comisariado ejidal para que sea responsable del
mantenimiento del banco de germoplasma de la comunidad. Tenemos que voltear
de una vez por todas y “tomar al toro por los cuernos”,
proponiendo que se establezca un apoyo gubernamental etiquetado para la
preservación de “bancos de germoplasma de las comunidades”
productoras de granos, de plantas medicinales, de aromáticas, etcétera, antes
de que terminemos por arruinar -con la urbanización, la pauperización de la
agricultura y la ayuda de las sequías, heladas, inundaciones- nuestra gran riqueza
cultural en el campo agrícola.
Esa es una tarea que hay que
realizar de inmediato, con la idea de fomentar en los agrónomos la búsqueda
de alternativas para enfrentar, adaptar y mitigar el efecto del ahora llamado
cambio climático en los sistemas agrícolas.
En nuestro país, desde hace muchos
años se ha realizado investigación agrícola para seleccionar material
genético tolerante o resistente a las sequías. Menciono a dos investigadores
pioneros que atendieron la producción agrícola en condiciones de temporal.
Uno de ellos fue el ingeniero Gilberto Palacios de la Rosa, quien detectó en
la década de los 50, la línea de maíz que llamó “Latente” que
toleró -en experimentos de campo- una sequía severa no prevista. Desde
entonces, ese material ha sido fuente de innumerables trabajos con el objeto
de aislar los genes del carácter “Latente” que confieren dicha
tolerancia para introducirlos a nuevas variedades. El otro investigador
fue Jorge Galindo, quien propuso que la mejor opción para el altiplano
potosino-zacatecano para enfrentar lo errático del temporal era el cultivo de
la llamada “papita güera”. Esta papa silvestre, que nace entre
los surcos de maíz y frijol, produce tubérculos aún en condiciones de mal
temporal y que son muy apreciados por su sabor. En años recientes Héctor
Villaseñor ha reportado buenos avances para cebada y Jorge Acosta para
el frijol, que producen grano con bajos niveles de agua disponible.
Pero hagamos la pregunta central en
referencia a la gran sequia ¿qué pueden hacer la ciencia y la tecnología para
producir alimentos en estos sitios con grave falta de agua? La respuesta es
simple, nada. Hay que innovar. No se debe insistir en prácticas de
agricultura convencional como hasta ahora. Lo que es claro para los que
desarrollan ciencia y tecnología es, 1. Que no será posible generar plantas
cultivadas que crezcan y produzcan alimentos si no tienen agua disponible; 2.
Que es la ingeniería la que puede proponer la forma de almacenar agua en esas
localidades y abastecer a las siembras que ahí se establezcan; 3. Que sea el
ingeniero agrícola el que proponga cuáles tecnologías como la agricultura
protegida, trasplante u otras, deberán implementarse en cada microrregión o
cuenca para hacer uso eficiente del agua; 4. Que se desarrollen cultivares
precoces que en el menor tiempo posible produzcan fruto con el agua que se
disponga; 5. Que la eficiencia de uso del agua por los diferentes cultivares
(razas, híbridos, variedades, etc.) en cada región se cuantifique, para
sembrar el material más adecuado; 6. Producir, seleccionar y validar por
cualquier método (biotecnología, fitomejoramiento convencional, colectas
dirigidas, etc.) el material más eficiente para cada región y ponerlo a
disposición de sector productivo; y 7. Propiciar no sólo el conocimiento de
la biodiversidad agrícola, sino también el conservar el material en bancos de
germoplasma in situ y ex situ.
La innovación en el sector agrícola
basada en ciencia y tecnología es urgente en estas regiones del país. Por
enésima vez, se ha recorrido el camino de declarar “zonas de
desastre” y el rescate es, por cierto, más costoso que el tan discutido
subsidio agrícola.
* Profesor investigador Centro de
Investigación Científica de Yucatán.
Coordinador de Agrociencias, Academia Mexicana de Ciencias.
Integrante del Consejo Consultivo de Ciencias.
Presidencia de la República.
consejo_consultivo_de_ciencias@xxxxxxxxxx
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